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Ni palabras ásperas ni espíritu de contienda
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Los ministros a quienes les gusta el debate no son buenos
pastores
—Algunos predicadores que han participado durante mu-
cho tiempo en la obra de predicar la verdad presente, han cometido
grandes errores en sus labores. Se han autoeducado como polemis-
tas. Han estudiado temas de argumentación con el fin de discutir, y
les gusta usar lo que han preparado. La verdad de Dios es clara, al
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punto y conclusiva. Es armoniosa y, en contraste con el error, brilla
con claridad y belleza. Su consistencia la recomienda al juicio de
cada corazón, que no esté lleno de prejuicio. Nuestros predicadores
presentan los argumentos sobre la verdad, que han sido preparados
para ellos, y si no hay impedimentos, la verdad llevará la victoria.
Pero me fue mostrado que en muchos casos, el pobre instrumento se
lleva el crédito de la victoria ganada, y el pueblo, que es más terrenal
que espiritual, alaba y honra al instrumento, mientras que la verdad
de Dios no es exaltada por la victoria ganada.
Los que gustan de participar en debates, pierden por lo general la
espiritualidad. No confían en Dios como debieran. Tienen la teoría
de la verdad preparada, para fustigar al oponente. Los sentimien-
tos de sus propios corazones no santificados han preparado cosas
agudas ocultas a la vista, para usarlas como latigazos para irritar y
provocar al oponente. El espíritu de Cristo no tiene parte en esto.
Cuando está armado con argumentos concluyentes, el polemista
pronto piensa que es lo suficientemente fuerte como para triunfar
sobre su oponente, y Dios es dejado fuera del asunto. Algunos de
nuestros ministros han hecho del debate su ocupación principal.
Cuando están en medio de la excitación producida por la discusión,
se sienten fuertes y hablan fuerte; y en la excitación muchas cosas
son aceptadas por el pueblo como si fueran correctas, cuando en sí
mismas son decididamente malas, y una vergüenza para el culpable,
de pronunciar palabras tan impropias de un ministro cristiano.
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Estas cosas ejercen una mala influencia en ministros que trabajan
con verdades sagradas y elevadas, verdades que han de ser un sabor
de vida para vida, o de muerte para muerte, a los que las escuchen.
Por lo general, la influencia que ejercen los discursos sobre nues-
tros ministros, es llenarlos de suficiencia propia y exaltar su propia
estimación. Esto no es todo. Aquellos a quienes les gusta debatir,
son indignos de ser pastores del rebaño. Han adiestrado sus mentes
para enfrentarse a personas, y decir cosas sarcásticas, y no pueden