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La Voz: Su Educación y Uso Correcto
no habrá hecho su obra, antes de haber hecho comprender a sus oyen-
tes, la necesidad de un cambio de corazón.—
Obreros Evangélicos,
167
.
[376]
Cristo es nuestro refugio
—El ministro que ha aprendido de
Cristo tendrá siempre la conciencia de que es un mensajero de Dios,
comisionado por él para realizar una obra, tanto para el tiempo,
como para la eternidad. No debe constituir en absoluto una parte
de su objetivo llamar la atención a sí mismo, a sus conocimientos,
a su habilidad, sino que la totalidad de su blanco, debe ser guiar a
los pecadores al arrepentimiento, señalándoles, por precepto y por
ejemplo, al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. El
yo debe estar escondido en Cristo. Tales hombres, hablarán como
quienes son conscientes de poseer poder y autoridad procedentes de
Dios, como sus portavoces. Sus discursos tendrán una seriedad y un
fervor de persuasión que inducirá a los pecadores a ver su condición
perdida y a refugiarse en Cristo.—
El Evangelismo, 103
.
Los pasos para la conversión
—Los predicadores deben presen-
tar la verdad, de una manera clara y sencilla. Hay entre sus oyentes,
muchos que necesitan una clara explicación de los pasos requeri-
dos en la conversión. La ignorancia de las masas en lo referente a
este punto, es mayor de lo que se supone. Entre los universitarios,
oradores elocuentes, estadistas capaces, hombres de altos cargos de
confianza, hay muchos que dedicaron sus facultades a otros asuntos,
y descuidaron las cosas de mayor importancia. Cuando los tales
forman parte de una congregación, el predicador pone a menudo a
contribución todas sus facultades para predicar un discurso intelec-
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tual, y deja de revelar a Cristo. No demuestra que el pecado es la
transgresión de la ley. No presenta claramente el plan de salvación.
Podría haber conmovido el corazón de sus oyentes, mostrándoles
a Cristo muriendo para poner la redención a su alcance.—
Obreros
Evangélicos, 179
.
La remisión de los pecados por medio de Cristo
—Deben ha-
cerse aplicaciones directas. Y siempre el orador debe recordar, que él
es únicamente el instrumento. Es el Espíritu Santo el que impresiona
el corazón, tanto del de alta esfera, como del de baja esfera, del más
digno, como del más irremediablemente abandonado. La Palabra
debe hablarse con toda sencillez. Hay que dirigirse a los hombres,
como pecadores en peligro de perder sus almas. Hay que pasar por