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Hombres y mujeres de la Biblia
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impuestos acudieron de todas partes; y desde el Sanedrín fueron los
sacerdotes con sus filacterias. Todos escucharon fascinados; y todos
se retiraron, aun los fariseos, los saduceos y los fríos e insensibles
escarnecedores de ese tiempo, sin tener ya más su expresión de burla,
y con una profunda convicción de su pecado. No hubo prolongados
argumentos, ni bien estructuradas teorías, presentadas elaborada-
mente con sus “en primer lugar”, “en segundo lugar”, y “en tercer
lugar”. En cambio, se advertía una elocuencia pura e innata en las
sentencias cortas, y cada palabra llevaba con ella, la certidumbre y
la verdad de las poderosas advertencias dadas...
Reprochó abiertamente el pecado en los hombres de ocupaciones
humildes, y de los de elevada alcurnia. Declaró la verdad a los reyes
y los nobles, ya fuera que la escucharan o la rechazaran.—
Mensajes
Selectos 2:168-170
.
El poder de sus palabras
—El propósito de Juan era alertar y
alarmar a la gente, y hacerla temblar por su gran perversidad. Con
sencillez y llaneza, señalaba los errores y delitos de los hombres.
Sus palabras estaban acompañadas de poder, y aunque la gente no
quisiera escuchar las denuncias acerca de su vida no santificada, no
podía resistirse a sus palabras. El no adulaba a nadie; ni tampoco
recibía la adulación de nadie. La gente acudía a él de común acuerdo
a arrepentirse, a confesar sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán.
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Reyes y gobernantes iban al desierto a escuchar al profeta, y se
mostraban interesados y profundamente convencidos, cuando él les
señalaba sin temor sus pecados particulares. Su discernimiento de
los caracteres y su visión espiritual, le permitían leer los propósitos
y la mente de los que se acercaban a él, y sin temor alguno les decía,
tanto a los ricos, como a los pobres, a los encumbrados como a los
humildes, que, aunque pretendieran ser justos, no podrían disfrutar
del favor de Dios, ni tener parte en el reino del Mesías, cuya venida
él anunciaba, sin arrepentirse de sus pecados, y sin una verdadera
conversión.
En el espíritu y con el poder de Elías, Juan denunciaba las corrup-
ciones de los judíos, y levantaba su voz condenando sus pecados pre-
valecientes. Sus discursos eran sencillos, al punto y convincentes.—
The Review and Herald, 7 de enero de 1873
.
Un tono alarmante y firme
—Juan declaraba sus mensajes sin
argumentos elaborados ni teorías sutiles. Su voz se escuchaba desde