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Sus palabras eran palabras de verdad
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El era la gloria del templo. Las verdades que habían sido perdidas de
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vista, mal interpretadas y desconectadas de su verdadera posición,
eran separadas por él de la compañía del error; y mostrándolas como
joyas preciosas, en su propio brillo refulgente, las colocaba en su
propio marco, y ordenaba que permanecieran para siempre.
¡Qué magnífica obra! Era de tal naturaleza, que el hombre finito
no podía comprenderla, ni realizarla. Solamente la Mano divina,
podía tomar la verdad que, en conexión con el error, había estado
sirviendo a la causa del enemigo de Dios y del hombre, y colocarla
donde pudiera glorificar a Dios, y ser la salvación de la humanidad.
La obra de Cristo consistió en dar de nuevo al mundo la verdad,
en su original frescura y belleza.—
The Review and Herald, 28 de
noviembre de 1893
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