Página 300 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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La educación debid
Tratar con las mentes juveniles es la obra más hermosa en que se
hayan empeñado jamás hombres y mujeres. Debe ejercerse el mayor
cuidado en la educación de los jóvenes, a fin de variar la manera de
instruirlos, con el propósito de despertar las facultades más elevadas
y nobles de la mente. Los padres y los maestros no están ciertamente
preparados para educar debidamente a los niños si no han aprendido
primero la lección del dominio propio, la paciencia, la tolerancia, la
bondad y el amor. ¡Qué puesto importante es el de los padres, tutores
y maestros! Son muy pocos los que comprenden las necesidades más
esenciales de la mente, y cómo se ha de dirigir el intelecto que se
desarrolla, los pensamientos y sentimientos en constante crecimiento
de los jóvenes.
Hay una época para desarrollar a los niños, y otra para educar
a los jóvenes; es esencial que en la escuela se combinen ambas
en extenso grado. Se puede preparar a los niños para que sirvan al
pecado, o para que sirvan a la justicia. La primera educación de
los jóvenes amolda su carácter, tanto en su vida secular como en la
religiosa. Salomón dice: “Instruye al niño en su carrera: aun cuando
fuere viejo no se apartará de ella.”
Proverbios 22:6
. Este lenguaje es
positivo. La preparación que Salomón recomienda consiste en dirigir,
educar y desarrollar. Para hacer esta obra, los padres y los maestros
deben comprender ellos mismos el “camino” por el cual debe andar
el niño. Esto abarca más que tener simplemente un conocimiento
de los libros. Abarca todo lo que es bueno, virtuoso, justo y santo.
Abarca la práctica de la templanza, la piedad, la bondad fraternal
y el amor mutuo y hacia Dios. A fin de alcanzar este objeto, debe
recibir atención la educación física, mental, moral y religiosa de los
niños.
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La educación de los niños, en el hogar y en la escuela, no debe ser
como el adiestramiento de los animales; porque los niños tienen una
voluntad inteligente, que debe ser dirigida para que controle todas
Testimonios para la Iglesia 3:131-135 (1872)
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