El deber de reprender el pecad
Se me ha mostrado que Dios ilustra aquí cómo considera el peca-
do de los que profesan ser el pueblo que guarda sus mandamientos.
Aquellos a quienes él ha honrado especialmente haciéndoles presen-
ciar las notables manifestaciones de su poder, como al antiguo Israel,
y que aun así se atreven a despreciar sus expresas indicaciones, serán
objeto de su ira. Quiere enseñar a su pueblo que la desobediencia y
el pecado le ofenden excesivamente, y que no se los debe considerar
livianamente. Nos muestra que cuando su pueblo es hallado en pe-
cado, debe inmediatamente tomar medidas decisivas para apartar el
pecado de sí, a fin de que el desagrado de Dios no descanse sobre él.
Pero si los que ocupan puestos de responsabilidad pasan por alto
los pecados del pueblo, su desagrado pesará sobre ellos, y el pueblo
de Dios será tenido en conjunto por responsable de esos pecados.
En su trato con su pueblo en lo pasado, el Señor reveló la necesidad
de purificar la iglesia del mal. Un pecador puede difundir tinieblas
que privarán de la luz de Dios a toda la congregación. Cuando el
pueblo comprende que las tinieblas se asientan sobre él y no conoce
las causas, debe buscar a Dios con gran humillación, hasta que se
hayan descubierto y desechado los males que agravian su Espíritu.
El prejuicio que se ha levantado contra nosotros porque hemos
reprendido los males cuya existencia Dios me reveló, y la acusación
que se ha suscitado de que somos duros y severos, es injusta. Dios
nos ordena hablar, y no queremos callar. Si hay males evidentes entre
su pueblo, y si los hijos de Dios los pasan por alto con indiferencia,
en realidad éstos sostienen y justifican al pecador, son igualmente
culpables y causarán como aquél el desagrado de Dios, porque serán
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hechos responsables de los pecados de los culpables. Se me han
mostrado en visión muchos casos que provocaron el desagrado de
Dios por la negligencia de sus siervos al tratar con los males y
pecados que existían entre ellos. Los que excusaron estos males
fueron considerados por el pueblo como personas de disposición
Testimonios para la Iglesia 3:265-269 (1873)
. (Del cap. “La iglesia de Laodicea.”)
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