¿Confesaremos o negaremos a Cristo?
En nuestro trato con la sociedad, en la familia, o en cuales-
quiera relaciones que trabemos en la vida, sean ellas limitadas o
extensas, hay muchas maneras por las cuales podemos reconocer a
nuestro Señor, y muchas maneras por las cuales le podemos negar.
Podemos negarle en nuestras palabras, por hablar mal de otros, por
conversaciones insensatas, bromas y burlas, por palabras ociosas o
desprovistas de bondad, o prevaricando al hablar contrariamente a la
verdad. Con nuestras palabras podemos confesar que Cristo no está
en nosotros. Con nuestro carácter podemos negarle, amando nuestra
comodidad, rehuyendo los deberes y las cargas de la vida que al-
guien debe llevar si nosotros no lo hacemos, y amando los placeres
pecaminosos. También podemos negar a Cristo por el orgullo de los
vestidos y la conformidad al mundo, o por una conducta descortés.
Podemos negarle amando nuestras propias opiniones, y tratando de
ensalzar y justificar el yo. Podemos también negarle permitiendo
que la mente se espacie en un sentimiento de amor enfermizo y
meditando en nuestra supuesta mala suerte y pruebas.
Nadie puede confesar verdaderamente a Cristo delante del mun-
do, a menos que viva en él la mente y el espíritu de Cristo. Es
imposible comunicar lo que no poseemos. La conversación y la
conducta deben ser una expresión verdadera y visible de la gracia y
verdad interiores. Si el corazón está santificado, será sumiso y hu-
milde, los frutos se verán exteriormente, y ello será una muy eficaz
confesión de Cristo. Las palabras y la profesión de fe no bastan.
Vd., hermana mía, debe tener algo más que esto. Está engañándose
[340]
a sí misma. Su espíritu, su carácter y sus acciones no manifiestan
un espíritu de mansedumbre, abnegación y caridad. Las palabras y
la profesión de fe pueden expresar mucha humildad y amor, pero si
la conducta no está regida por la gracia de Dios, no se participa del
don celestial, no se ha abandonado todo para Cristo, la voluntad no
se ha rendido para seguirle a él.
Testimonios para la Iglesia 3:331-335 (1873)
.
317