Página 361 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los diezmos y ofrendas
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Fidelidad indivisa
El que regala a los hombres riquezas infinitas y una vida eterna
de bienaventuranzas en su reino como recompensa de la obediencia
fiel, no aceptará un corazón dividido. Estamos viviendo en medio
de los peligros de los últimos días, cuando se manifiesta todo lo que
puede apartar de Dios la mente y los afectos. Podremos discernir
y apreciar nuestro deber únicamente cuando lo consideremos a la
luz que irradia de la vida de Cristo. Así como el sol sale por el
oriente y baja por el occidente, llenando el mundo de luz, así el que
sigue verdaderamente a Cristo será una luz para el mundo. Saldrá al
mundo como una luz brillante y resplandeciente, para que aquellos
que están en tinieblas sean iluminados y calentados por los rayos que
despida. Cristo dice de los que le siguen: “Vosotros sois la luz del
mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.”
Mateo 5:14
.
Nuestro gran Ejemplo era abnegado, y ¿debe la conducta de los
que profesan seguirle ser tan contraria a la suya? El Salvador lo dió
todo por el mundo que perecía, sin retenerse a sí mismo siquiera. La
iglesia de Dios está dormida. Sus miembros están debilitados por
la inacción. De todas partes del mundo nos llegan voces que nos
dicen: “Pasad y ayudadnos,” pero no hay movimiento en respuesta.
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De vez en cuando se realiza un débil esfuerzo; algunos manifiestan
que quisieran ser colaboradores del Maestro; pero con frecuencia
se deja a los tales trabajar casi solos. Nuestro pueblo tiene un solo
misioner
en todo el amplio campo de los países extranjeros.
La verdad es poderosa, pero no se la pone en práctica. No es
suficiente colocar solamente dinero sobre el altar. Dios llama a
hombres voluntarios para que proclamen la verdad a otras naciones,
lenguas y pueblos. No es nuestro número ni nuestras riquezas lo
que nos dará una victoria señalada; sino la devoción al trabajo, el
valor moral, el ardiente amor por las almas y un celo incansable e
invariable.
Estas palabras fueron escritas en 1875 poco después que fuera enviado J. N. Andrews
a Europa y antes que las misiones llegasen a ser tema de interés para cada miembro de la
iglesia.—F. P. W.