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El estudio de la Biblia y la mente
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constriñe, que vivifica las facultades físicas, mentales y espirituales
y encauza correctamente la vida.
La razón por la cual los jóvenes, y aun los adultos, se ven tan
fácilmente inducidos a la tentación y al pecado es porque no estudian
la Palabra de Dios ni meditan en ella como debieran. La falta de
fuerza de voluntad firme y decidida que se manifiesta en su vida y
carácter es resultado del descuido de la sagrada instrucción que da la
Palabra de Dios. No hacen esfuerzos verdaderos por dirigir la mente
hacia lo que le inspiraría pensamientos puros y santos y la apartaría
de lo impuro y falso.—
El Ministerio de Curación, 364 (1905)
.
[104]
Revela las reglas para una vida santa
El Señor, en su gran misericordia, nos ha revelado en las Escritu-
ras sus reglas, sus mandamientos y sus leyes para vivir en santidad.
En ellos nos dice los pecados que debemos evitar; nos explica el
plan de salvación y nos señala el camino al cielo. Si obedecemos su
mandato de “escudriñad las Escrituras” (
Juan 5:39
), nadie necesita
ignorar estas cosas.
El progreso real del alma en la virtud y el conocimiento divino
se realiza mediante el plan de la adición: añadiendo constantemente
las gracias que Cristo vino a poner al alcance de todos haciendo un
sacrificio infinito. Nosotros somos finitos, pero hemos de tener un
sentido de lo infinito.
Hay que someter y esforzar la mente, contemplando a Dios y su
maravilloso plan para nuestra salvación. El alma se elevará sobre las
cosas comunes y se fijará en las eternas.
El pensamiento de que estamos en el mundo de Dios y en la
presencia del gran Creador del universo, quien hizo al hombre a su
propia imagen y semejanza, guiará la mente a campos más amplios
y elevados para la meditación que lo que puede lograr cualquier
historia ficticia. El pensamiento de que el ojo de Dios nos vigila, que
él nos ama y se interesó tanto por el hombre caído como para dar
a su muy amado Hijo a fin de redimirnos para que no perezcamos
miserablemente, es un pensamiento admirable, y todo el que abre
su corazón a la aceptación y a la contemplación de estos grandes
temas nunca se satisfará con temas triviales y sensacionalistas.—
The
Review and Herald, 9 de noviembre de 1886
.