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Capítulo 14—El ejercicio
La ley de la acción obediente
Todos los seres celestiales están en constante actividad, y el Se-
ñor Jesús, en su vida de trabajos prácticos, ha dejado un ejemplo
para todos. Dios ha establecido en los cielos la ley de la acción obe-
diente
Silenciosa pero incesantemente, los objetos de su creación
realizan su tarea asignada. El océano está en constante movimiento.
“La hierba del campo, que hoy es y mañana se quema en el horno”
(
Mateo 6:30
), realiza su misión, vistiendo los campos con belleza.
Las hojas son movidas por el viento, y sin embargo no se ve mano
alguna que las toque. El sol, la luna y las estrellas son útiles y glorio-
sas al cumplir la misión para ellos designada. Y los seres humanos,
su mente y su cuerpo creados a la semejanza misma de Dios, tienen
que estar activos a fin de ocupar el lugar que se les ha designado.
Nadie debe estar ocioso. La ociosidad es pecado.—
Carta 103, 1900
.
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La máquina del cuerpo debe continuar su obra
Estudien el plan del Señor para Adán, que fue creado puro,
santo y sano. Se le asignó una tarea. Debía usar las facultades que
Dios le había dado. No podría haber estado ocioso. Su cerebro
debía trabajar, no en forma mecánica, como una simple máquina. En
todo tiempo la maquinaria del cuerpo continúa su obra; el corazón
palpita, realizando regularmente la tarea que se le asignó como una
máquina de vapor, impulsando su corriente carmesí por todas partes
del cuerpo. Acción, acción, es lo que satura toda la máquina viviente.
Cada órgano debe hacer su obra asignada. Si continúa la inacción
física, habrá cada vez menos actividad en el cerebro.—
Carta 103,
1900
.
Nota: La ley de acción obediente merece un estudio cuidadoso. La acción no solo
promueve la salud física, sino que nos pone en armonía con otros y con el universo.
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