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Mente, Cáracter y Personalidad 1
Las palabras impacientes dañan el respeto propio
—Los que
emplean un lenguaje tal experimentarán vergüenza, pérdida del res-
peto propio y de la confianza en sí mismos, y tendrán amargo re-
mordimiento y pena por haber perdido el dominio propio y hablado
de ese modo. ¡Cuánto mejor sería no pronunciar jamás palabras
semejantes! ¡Cuánto mejor sería tener el aceite de la gracia en el
corazón, ser capaces de resistir toda provocación y soportar todas
las cosas con mansedumbre y tolerancia cristianas!—
The Review
and Herald, 27 de febrero de 1913
;
Mensajes para los Jóvenes, 325
.
Los padres nunca han de perder el respeto propio por pa-
labras descuidadas
—No salga de vuestros labios una palabra de
enojo, dureza o mal genio. La gracia de Cristo espera que la deman-
déis. Su Espíritu dominará vuestro corazón y conciencia, presidiendo
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vuestras palabras y actos. No renunciéis nunca a vuestro respeto
propio mediante palabras apresuradas y no pensadas. Procurad que
vuestras palabras sean puras, vuestra conversación santa. Dad a
vuestros hijos un ejemplo de lo que deseáis que sean ellos... Haya
paz, palabras amables y semblantes alegres.—
Conducción del Niño,
204 (1890)
.
La masturbación destruye el respeto propio
—El efecto de
hábitos tan degradantes no es el mismo sobre las diversas mentes.
Hay algunos niños que tienen sus facultades morales grandemente
desarrolladas, quienes, por su asociación con niños que practican
la masturbación, se inician en ese vicio. El efecto sobre ellos con
demasiada frecuencia los vuelve melancólicos, irritables y celosos;
pero pueden no perder el respeto por la adoración religiosa y pueden
no mostrar incredulidad especial con respecto a las cosas religiosas.
A veces sufrirán agudamente sentimientos de remordimiento y se
sentirán degradados ante sus propios ojos y perderán su respeto
propio.—
Testimonies for the Church 2:392 (1870)
.
No destruya el respeto propio
—Cuando el que ha cometido
una falta se da cuenta de su error, guardaos de destruir su estima
propia. No le desalentéis con vuestra indiferencia o desconfianza.
No digáis: “Antes de depositar en él mi confianza, voy a esperar
para ver si permanece firme.” Muchas veces es precisamente esta
Véase
Conducción del Niño, 411-441
.