Desconfiad de todas las enseñanzas errónea
Cuando Satanás empezó a sentirse desconforme en el cielo, no
presentó su queja delante de Dios y de Cristo; sino que fué entre
los ángeles que le creían perfecto, y les hizo creer que Dios le había
hecho una injusticia al preferir a Cristo. El resultado de esa falsa
representación fué que por simpatía con él, una tercera parte de los
ángeles perdió su inocencia, su elevada condición y su feliz hogar.
Satanás está instigando a los hombres a continuar en la tierra la
misma obra de celos y malas sospechas que él inició en el cielo. ...
Dios no ha pasado por alto a su pueblo ni ha elegido a un hom-
bre solitario aquí y otro allí como los únicos dignos de que les sea
confiada su verdad. No da a un hombre una nueva luz contraria a la
fe establecida del cuerpo. En todas las reformas se han levantado
hombres que aseveraban esto. Pablo amonestó a la iglesia de su
tiempo: “Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen
cosas perversas, para llevar discípulos tras sí.”
Hechos 20:30
. El
mayor daño que pueda recibir el pueblo de Dios proviene de aque-
llos que salen de él hablando cosas perversas. Por su medio queda
vilipendiado el camino de la verdad.
Nadie debe tener confianza en sí mismo, como si Dios le hubiese
dado una luz especial más que a sus hermanos. Se nos representa
a Cristo como morando en su pueblo; y a los creyentes como “edi-
ficados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compagi-
nado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el
Señor: en el cual vosotros también sois juntamente edificados, para
morada de Dios en Espíritu.” “Yo pues, preso en el Señor—dice
[104]
Pablo,—os ruego que andéis como es digno de la vocación con que
sois llamados; con toda humildad y mansedumbre, con paciencia
soportando los unos a los otros en amor; solícitos a guardar la unidad
del Espíritu en el vínculo de la paz. Un cuerpo, y un Espíritu; como
sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación:
Testimonios para la Iglesia 5:291-296 (1885)
.
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