El cuidado de Dios por su obra
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mala conducta ajena; mas no os acongojéis. La obra está bajo la
vigilancia del bienaventurado Maestro. Todo lo que él pide es que los
obreros le soliciten sus órdenes y obedezcan sus indicaciones. Todas
las partes de la obra: nuestras iglesias, misiones, escuelas sabáticas,
instituciones, las lleva en su corazón. ¿Por qué acongojarnos? El
intenso anhelo de ver a la iglesia impregnada de vida debe ser
templado por una confianza completa en Dios; porque “sin mí—
dijo el gran Portador de las cargas—nada podéis hacer.”
Juan 15:5
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“Seguidme.” El abre la marcha; nosotros hemos de seguir.
Nadie recargue excesivamente las facultades que Dios le ha dado
en un esfuerzo para hacer progresar más rápidamente la obra de
Dios. El poder del hombre no puede apresurar la obra; ese poder
debe unirse al poder de los seres celestiales. Únicamente así puede
llegar la obra de Dios a la perfección. El hombre no puede hacer la
parte de la obra que le toca a Dios. Un Pablo puede plantar, y Apolo
regar, pero Dios da el crecimiento. Con sencillez y mansedumbre,
el hombre ha de cooperar con los agentes divinos, haciendo en
todo momento lo mejor que pueda, aunque comprendiendo siempre
que Dios es el gran Artífice maestro. El hombre no debe sentir
confianza en sí mismo; porque con ello agotaría su fuerza de reserva
y destruiría sus facultades mentales y físicas. Aunque fuesen puestos
a un lado todos los obreros que ahora llevan las cargas más pesadas,
la obra de Dios seguiría adelante. Por lo tanto, dejemos que nuestro
celo en el trabajo esté templado por la razón y suspendamos nuestros
esfuerzos por hacer lo que el Señor solo puede realizar
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Testimonios para la Iglesia 7:298 (1902)
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