Página 372 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La parábola de la oveja perdid
La parábola de la oveja extraviada debiera ser atesorada como
lema en toda familia. El divino Pastor deja las noventa y nueve,
y sale al desierto a buscar la perdida. Hay matorrales, pantanos, y
grietas peligrosas en las rocas, y el Pastor sabe que si la oveja está
en alguno de estos lugares, una mano amistosa debe ayudarle a salir.
Mientras oye su balido lejano, hace frente a cualquier dificultad para
salvar a su oveja perdida. Cuando la descubre, no la abruma con
reproches. Se alegra de que la encontró viva. Con mano firme aunque
suave, aparta las espinas, o la saca del barro; la alza tiernamente
sobre sus hombros, y la lleva de vuelta al aprisco. El Redentor puro
y sin pecado, lleva al ser pecaminoso e inmundo.
El que expía los pecados lleva la oveja contaminada; pero es tan
preciosa su carga que se regocija, cantando: “Dadme el parabién,
porque he hallado mi oveja que se había perdido.”
Lucas 15:6
.
Considere cada uno de vosotros que su propia persona ha sido
llevada sobre los hombros de Cristo. No albergue nadie un espíritu
dominador, de justicia propia y criticón; porque ni una sola oveja
habría entrado en el aprisco si el Pastor no hubiese emprendido
la penosa búsqueda en el desierto. El hecho de que una oveja se
había perdido bastaba para despertar la simpatía del Pastor, y hacerle
emprender su búsqueda.
Este mundo diminuto fué escena de la encarnación y el sufri-
miento del Hijo de Dios. Cristo no fué a los mundos que no habían
caído, sino que vino a este mundo, todo mancillado y quemado por
la maldición. La perspectiva no era favorable, sino muy desalenta-
dora. Sin embargo, “no se cansará, ni desmayará, hasta que ponga
en la tierra juicio.”
Isaías 42:4
.
Debemos tener presente el gran gozo
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manifestado por el Pastor al recobrar la oveja perdida. Llama a sus
vecinos y dice: “Dadme el parabién, porque he hallado la oveja que
se había perdido.” Y por todo el cielo repercute la nota de gozo. El
Padre mismo se regocija con canto por el alma rescatada. ¡Qué santo
Testimonios para la Iglesia 6:124, 125 (1900)
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