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El miedo y los temores
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ayudarnos. Confiamos en nuestra propia fuerza hasta que perde-
mos nuestra esperanza y estamos a punto de perecer. Entonces nos
acordamos de Jesús, y si clamamos a él para que nos salve, no clama-
remos en vano. Aunque él con tristeza reprende nuestra incredulidad
y confianza propia, nunca deja de darnos la ayuda que necesitamos.
En la tierra o en el mar, si tenemos al Salvador en nuestro corazón,
no necesitamos temer. La fe viva en el Redentor serenará el mar de
la vida, y de la manera que él reconoce como la mejor nos librará
del peligro.—
El Deseado de Todas las Gentes, 303 (1898)
.
Es peligroso manifestar temor en la habitación del enfermo
Los que cuidan a los enfermos deben comprender la importancia
de una debida atención a las leyes de la salud. En ninguna parte es
la obediencia a dichas leyes tan importante como en el cuarto del
enfermo. En ninguna otra circunstancia se depende tanto de la fideli-
dad en las cosas pequeñas como al atender a los enfermos. En casos
de enfermedad grave, un pequeño descuido, una leve negligencia en
el modo de considerar las necesidades o los peligros especiales del
paciente, una señal de temor, de agitación o de impaciencia, y hasta
una falta de simpatía, pueden decidir entre la vida y la muerte y hacer
descender a la tumba a un paciente que, de haberse procedido de
otro modo, hubiera podido reponerse.—
El Ministerio de Curación,
167 (1905)
.
El temor contrista al Espíritu Santo
La fe acepta lo que Dios dice al pie de la letra, sin pedir compren-
der el significado de los incidentes penosos que ocurran. Pero son
muchos los que tienen poca fe. Siempre están temiendo y cargándo-
se de dificultades. Cada día están rodeados por las demostraciones
del amor de Dios, cada día gozan de los beneficios de su providen-
cia; pero pasan por alto estas bendiciones. Y las dificultades que
encuentran, en vez de hacerlos allegarse a Dios, los separan de él,
porque crean agitación y rebelión [...], Jesús es su amigo. Todo el
cielo está interesado en su bienestar, y su temor y murmuraciones
agravian al Espíritu Santo. No es porque veamos o sintamos que
Dios nos oye por lo que debemos creer. Debemos confiar en sus