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Mente, Carácter y Personalidad 2
No es el propósito de Dios que se sojuzgue así ninguna mente.
Los que debilitan o destruyen la individualidad de otras personas,
emprenden una tarea que solo puede dar malos resultados. Mientras
están sujetos a la autoridad, los niños pueden parecer soldados bien
disciplinados. Pero cuando cesa ese dominio exterior, se descubre
que el carácter carece de fuerza y firmeza. No habiendo aprendido
jamás a gobernarse, el joven no reconoce otra sujeción fuera de la
impuesta por sus padres o su maestro. Desaparecida esta, no sabe
cómo usar su libertad, y a menudo se entrega a excesos que dan
como resultado la ruina.—
La Educación, 288 (1903)
.
La conciencia y la individualidad no deben ser manipuladas
En asuntos de conciencia, el alma debe ser dejada libre. Nadie
debe dominar otra mente, juzgar por otro, o prescribirle su deber.
Dios da a cada alma libertad para pensar y seguir sus propias con-
vicciones. “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios razón
de sí”.
Romanos 14:12
. Nadie tiene el derecho de fundir su propia
individualidad en la de otro. En los asuntos donde hay principios en
juego “cada uno esté asegurado en su ánimo”.
Romanos 14:5
. En el
reino de Cristo no hay opresión señoril ni imposición de costumbres.
Los ángeles del cielo no vienen a la tierra para mandar y exigir
homenaje, sino como mensajeros de misericordia, para cooperar con
los hombres en la elevación de la humanidad.—
El Deseado de Todas
las Gentes, 505 (1898)
.
Las mentes de los hombres no han de ser manipuladas, ni enjae-
zadas, ni dirigidas por manos humanas.—
Manuscrito 43, 1895
.
Hay que ejercitar la individualidad
Dios permite que cada persona ejercite su individualidad. Nin-
guna mente humana debe sumergirse en otra mente humana [...]. Si
nosotros imitáramos el ejemplo de cualquier hombre—aun el de una
persona a quien, a juicio nuestro, consideráramos casi perfecta de
carácter—estaríamos poniendo nuestra confianza en un ser humano
imperfecto y defectuoso, que es incapaz de comunicar una jota o un
tilde de perfección a otro ser humano.—
Nuestra Elavada Vocacion,
110 (1902)
.
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