21—Los obreros de nuestras instituciones
En procura de los más capaces
DE TIEMPO en tiempo me he sentido instada por el Espíritu
del Señor a dar testimonio a nuestros hermanos concerniente a la
necesidad de conseguir a las personas más capacitadas para que
trabajen en nuestras diversas instituciones y en los numerosos depar-
tamentos de nuestra causa. Los que se relacionen de esta manera con
la causa, deben ser hombres preparados, personas a quienes Dios
pueda enseñar y a quienes pueda honrar como a Daniel, con sabidu-
ría y entendimiento. Deben ser pensadores, hombres que lleven la
impronta de Dios, y que progresen constantemente en santidad, en
dignidad moral y en la excelencia con que realizan su trabajo. Si son
hombres que crecen, si poseen mentes razonadoras e inteligencia
santificada, si escuchan la voz de Dios y procuran captar cada rayo
de luz que procede del cielo, avanzarán, tal como el sol, en un curso
constante, y aumentarán en sabiduría y en favor con Dios...
Los administradores de nuestras instituciones deberían ser hom-
bres de suficiente amplitud mental como para saber respetar a los
obreros de intelecto cultivado y recompensarlos proporcionalmente
a las responsabilidades que desempeñan. Pero los que trabajan en
la obra de Dios no deberían hacerlo sólo por el sueldo que reciben,
sino para honrar a Dios, para promover su causa y obtener riquezas
[218]
imperecederas. Al mismo tiempo, no deberíamos esperar que aque-
llos que son capaces de realizar una obra que requiere pensamiento y
fatigoso esfuerzo, y que pueden hacerla con exactitud y perfección,
reciban menos compensación que el obrero menos calificado. Hay
que estimar correctamente el talento. Los que no puedan apreciar
el trabajo y la habilidad mentales genuinos, no deberían ocupar la
posición de dirigentes de nuestras instituciones, porque su influencia
tenderá a limitar la obra, a levantar barreras que impidan su progreso,
y a llevarla a un nivel más bajo.
194