Página 275 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

Basic HTML Version

Los enlutados
271
A veces resulta difícil para mí tener un rostro gozoso cuando
mi corazón está deshecho por la angustia. Pero no permitiré que mi
aflicción arroje una sombra sobre los que me rodean. Los períodos
de aflicción y de angustia con frecuencia se tornan más aflictivos y
perturbadores de lo que deberían ser, porque es nuestra costumbre
entregarnos sin reservas al dolor. Determiné desterrar este mal con
la ayuda del Señor; pero mi resolución ha sido severamente probada.
La muerte de mi esposo constituyó un golpe muy pesado para mí,
y lo sentí más agudamente porque fue repentino. Cuando vi el
[306]
sello de la muerte sobre su rostro, mis sentimientos fueron casi
insoportables. Anhelaba llorar en medio de mi angustia. Pero sabía
que eso no recuperaría la vida de mi esposo amado, y pensé que no
sería una actitud cristiana el entregarme a la aflicción. Busqué ayuda
y consuelo de arriba, y las promesas de Dios se cumplieron para
mí. La mano del Señor me sustentó. Es un pecado el entregarse sin
reservas al dolor y a los lamentos. Por la gracia de Cristo podemos
actuar con compostura y aun con gozo cuando estamos sometidos a
las pruebas.
Aprendamos una lección de ánimo y fortaleza de la última en-
trevista de Cristo con sus apóstoles. Estaban por separarse. Nuestro
Salvador estaba por recorrer la senda cruenta que lo conduciría al
Calvario. Nunca hubo una experiencia más difícil que aquella por
la que él pronto pasaría. Los apóstoles habían oído las palabras con
que Cristo había predicho sus sufrimientos y su muerte, de modo
que sus corazones estaban cargados de dolor y sus mentes distraí-
das por la duda y el temor. Sin embargo, no hubo ninguna clase de
alboroto, y nadie se abandonó al dolor. Nuestro Salvador pasó esas
últimas horas solemnes y trascendentales pronunciando palabras de
consuelo y seguridad para sus discípulos, y luego todos se unieron
para cantar un himno de alabanza...
Un tiempo para orar y alabar
Cuando nos rodean las dificultades y las pruebas, deberíamos
acudir a Dios y esperar confiadamente en Aquel que es poderoso
para salvar y fuerte para librar. Debemos pedir la bendición de Dios
si es que queremos recibirla. La oración es un deber y una necesidad;
¿pero no descuidamos la alabanza? ¿No deberíamos agradecer más