Página 327 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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La actitud debida en la oración
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actitud de oración. La alabanza y el agradecimiento deberían expre-
sarse en términos de gratitud y amor sincero a Dios.
Cuando están en compañía de los justos y en la congregación
deberían alabar al Altísimo. Todos los que reconocen su relación
vital con Dios deberían estar delante del Señor como testigos suyos,
y expresar el amor, la misericordia y la bondad de Dios. Que las
palabras sean sinceras, sencillas, fervorosas y coherentes; que el
corazón arda de amor a Dios; que los labios estén santificados para
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tributarle gloria, no sólo para dar a conocer las misericordias de Dios
en la congregación de los santos, sino para ser sus testigos en todo
lugar. Los habitantes de la tierra deben saber que él es Dios, y que
es el Dios único y viviente.
Debería haber un conocimiento bien fundado acerca de la forma
como acudir a Dios con reverencia, temor piadoso y amor devocio-
nal. Está aumentando la falta de reverencia hacia nuestro Hacedor,
y está creciendo la desconsideración por su grandeza y su majes-
tad. Pero Dios nos habla en estos días finales. Oímos su voz en la
tormenta y en el retumbar del trueno. Nos enteramos de las cala-
midades que él permite que ocurran, tales como los terremotos, las
inundaciones y la acción de los elementos destructivos que barren
con todo lo que encuentran a su paso. Oímos hablar de barcos que
se hunden en el mar tempestuoso. Dios habla a las familias que han
rehusado reconocerlo, algunas veces por medio de los tornados y las
tormentas, otras veces lo hace cara a cara como lo hizo con Moisés.
Además, susurra su amor al niñito confiado y al anciano padre en
su chochez. Y la sabiduría terrenal adquiere su sentido más pleno
cuando contempla lo invisible.
Cuando se oye la voz apacible y delicada que sobreviene después
del torbellino y la tempestad que arranca las rocas, que todos cubran
sus rostros, porque Dios está muy cerca. Que se oculten en Jesu-
cristo, porque él es su lugar de protección. La hendidura de la roca
queda protegida con su propia mano horadada, mientras el humilde
buscador espera en actitud de recogimiento para escuchar lo que el
Señor tiene que decir a su siervo (Manuscrito 84b, 1897).