Página 383 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Preparación para la crisis final
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No hay que unirse con el mundo
No debe haber ninguna clase de contemporización con los que
invalidan la ley de Dios. No es seguro confiar en ellos como conse-
jeros. Nuestro testimonio no debe ser menos decidido que antes; no
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debemos velar nuestra posición real a fin de agradar a los grandes
hombres del mundo. Pueden desear que nos unamos a ellos y que
aceptemos sus planes, y pueden realizar propuestas concernientes a
nuestra conducta que podrían proporcionar al enemigo una ventaja
sobre nosotros. “No llaméis conspiración a todas las cosas que este
pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis
miedo”.
Isaías 8:12
. Si bien es cierto que no deberíamos buscar la
polémica, y no deberíamos ofender innecesariamente, debemos pre-
sentar la verdad con claridad y decisión, y permanecer firmes en lo
que Dios nos ha enseñado en su Palabra. No tenéis que mirar hacia
el mundo a fin de saber lo que debéis escribir y publicar o lo que
debéis hablar. Que todas vuestras palabras y acciones testifiquen:
“Porque no fuimos seguidores alucinados de fábulas ingeniosas”.
2 Pedro 1:16 (VM)
. “Tenemos también la palabra profética más
segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha
que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero
de la mañana salga en vuestros corazones”.
2 Pedro 1:19
.
El apóstol Pablo nos dice: “Pues ya que en la sabiduría de Dios,
el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios sal-
var a los creyentes por la locura de la predicación”.
1 Corintios 1:21
.
En esto consistía la realización del plan de Dios para la convicción
y conversión de los hombres, quienes se sienten tentados constan-
temente a magnificar sus propios poderes. El Señor iba a poner en
claro si los hombres, mediante su propia sabiduría finita, pueden
adquirir un conocimiento de la verdad, si pueden conocer a Dios,
su Creador. Cuando Cristo vino a nuestro mundo, el experimento
había sido llevado a cabo plenamente, y demostró que la jactanciosa
sabiduría de los hombres era sólo necedad. La sabiduría finita fue
absolutamente incapaz de alcanzar las conclusiones correctas con
respecto a Dios, y por lo tanto el hombre fue enteramente incompe-
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tente para juzgar en lo que atañe a su ley. El Señor ha permitido que
las cosas lleguen a una crisis en nuestros días, en lo que se refiere a
la exaltación del error por encima de la verdad, para que él, el Dios