La doctrina de la “carne santificada”
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Es en ocasión de su venida cuando Cristo “transformará el cuerpo
de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la
gloria suya”.
Filipenses 3:21
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Han surgido movimientos fanáticos una vez tras otra a lo largo
del progreso de nuestra obra, y cuando se me ha presentado este
asunto, he tenido que dar un mensaje similar al que estoy dando
ahora a mis hermanos de Indiana. El Señor me ha indicado que este
movimiento de Indiana es del mismo carácter que han tenido los
movimientos en los años pasados. En vuestras reuniones religiosas
ha habido contorsiones físicas similares a las que he presenciado en
relación con aquellos movimientos del pasado.
En el período del chasco, después del cumplimiento del tiempo
en 1844, surgieron diversas formas de fanatismo. Algunos sostenían
que ya había ocurrido la resurrección de los muertos. Se me envió a
dar un mensaje a aquellos que creían en esto, tal como ahora estoy
dando un mensaje a vosotros. Declaraban que habían sido perfec-
cionados, y que su cuerpo, alma y espíritu eran santos. Realizaban
demostraciones similares a las que hacéis vosotros, y confundían sus
propias mentes y las mentes de otros con sus suposiciones maravi-
llosas. Sin embargo esas personas eran nuestros hermanos amados,
y anhelábamos ayudarlos. Fui a sus reuniones. Había mucha excita-
ción, con ruidos y confusión. No era posible captar claramente lo
que estaba ocurriendo. Algunos parecían estar en visión y caían al
suelo. Otros saltaban, danzaban y gritaban. Declaraban que como
tenían la carne purificada, estaban listos para la traslación. Repetían
esto una vez tras otra. Di mi testimonio en el nombre del Señor, y
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presenté su reproche contra estas manifestaciones.
Algunos participantes de estos movimientos tomaron conciencia
de lo que ocurría, y comprendieron su engaño. Algunos habían sido
personas excelentes y honradas, pero pensaban que la carne santi-
ficada no podía pecar y así habían caído en la trampa de Satanás.
Habían ido tan lejos con sus ideas extremistas, que se habían conver-
tido en un baldón para la preciosa causa de Dios. Se arrepintieron
profundamente, y algunos de ellos llegaron a figurar más tarde entre
nuestros hombres y mujeres más dignos de confianza. Pero hubo
otros que de ahí en adelante anduvieron en aflicción. No nos fue
posible hacerles sentir que eran dignos de trabajar para el Maestro,
cuya causa preciosa habían deshonrado tanto.