Página 445 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Capítulo 2
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obtener en esta forma sería de más valor para ellos que las casas y
los terrenos adquiridos a costa de la salud de la madre y de los hijos.
Parece perfectamente natural para algunos hombres ser ásperos,
egoístas, exigentes y despóticos. Nunca aprendieron la lección del
dominio propio, de modo que no están dispuestos a restringir sus
sentimientos irrazonables, no importa cuáles sean las consecuencias.
Tales hombres recibirán su pago al ver a sus compañeras enfermas y
desanimadas, y a sus hijos llevando las peculiaridades de sus propios
rasgos de carácter desagradable.
Todo matrimonio tiene el deber de evitar con cuidado el dañar
mutuamente sus sentimientos. Deberían controlar toda mirada y
expresión de mal humor y de ira. Deberían tener en cuenta la felici-
dad mutua en las cuestiones pequeñas tanto como en las grandes, y
manifestar una tierna consideración mediante actos bondadosos y
pequeñas cortesías. Estas cosas pequeñas no deberían descuidarse
porque son tan importantes para la felicidad del marido y la esposa,
como el alimento es necesario para mantener la salud física. El padre
debería animar a la esposa y madre a reclinarse en el cariño de él.
Las palabras bondadosas, alegres y estimulantes de aquel a quien
ha confiado la felicidad de su vida serán para ella más beneficiosas
que cualquier medicina; y los alegres rayos de luz que esas palabras
comprensivas llevarán al corazón de la esposa y madre, reflejarán
sobre el corazón del padre sus propios alegres rayos.
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Es frecuente que el esposo vea a su esposa cargada de cuidados
y debilidad, envejeciendo prematuramente, mientras se esfuerza
por preparar comidas que sean agradables al gusto pervertido. El
complace su apetito y come y bebe las comidas y bebidas preparadas
a costa de mucho tiempo y trabajo; y esas comidas perjudiciales
tienden a tornar nerviosos e irritables a los que las comen. La esposa
pocas veces está libre de los dolores de cabeza, y los hijos sufren los
efectos de comer alimentos perjudiciales, y tanto los padres como
los hijos no manifiestan paciencia ni cariño. Todos sufren juntos
porque la salud se ha sacrificado al apetito licencioso. El hijo, antes
de su nacimiento, ha recibido como herencia la enfermedad y un
apetito morboso. Y la irritabilidad, la nerviosidad y la melancolía
manifestadas por la madre, constituirán los rasgos distintivos del
carácter del hijo.