Página 462 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Mensajes Selectos Tomo 2
“He escuchado el triste relato de la muerte de su amada esposa
y de sus dos hijos, y Ud. mismo me ha dicho que los tres murieron
mientras estaban bajo el cuidado de los médicos, mientras se halla-
ban bajo la acción de los medicamentos prescriptos y administrados
por sus manos. Los remedios no salvaron a sus seres amados, y yo
declaro como médico que ninguno de ellos debería haber muerto.
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Pudieron haberse restablecido si no se les hubiese administrado en
forma abusiva drogas que debilitaron la naturaleza y que finalmente
la aniquilaron”. Luego le dijo firmemente al agitado padre: “No
puedo administrar medicamentos a su hija. Tan sólo procuraré ayu-
dar a la naturaleza en sus esfuerzos por quitar toda obstrucción, y
luego dejaré que la naturaleza recobre las exhaustas energías del
organismo”. Luego le dio al padre unas pocas instrucciones y le
indicó que las siguiera estrictamente.
“Mantenga a la paciente libre de toda excitación y de toda in-
fluencia deprimente. Las personas que la asisten deberían estar
gozosas y manifestar esperanza. Su dieta debe ser sencilla y debe
dársele abundante agua para que beba. Hay que bañarla frecuente-
mente en agua pura y luego hay que friccionarla. Déjese que la luz y
el aire entren abundantemente en su habitación. Debe disfrutar de
un reposo tranquilo, sin que nadie la perturbe”.
El padre leyó lentamente la prescripción, y se admiró por las
instrucciones sencillas que contenía. Pareció dudar que esos recursos
tan sencillos pudieran producir bien alguno. El facultativo dijo:
“Ud. ha tenido confianza suficiente en mi habilidad como para
colocar la vida de su hija en mis manos. No retire su confianza.
Visitaré diariamente a su hija, y lo instruiré acerca de la forma en
que debe tratarla. Siga confiadamente mis instrucciones, porque
confío presentársela dentro de pocas semanas en un estado de salud
mucho más favorable, si es que no está completamente restablecida”.
El padre parecía estar triste y en duda, pero aceptó la decisión
del médico. Temía que su hija muriera si no recibía medicamentos.
Volvió a presentárseme el segundo caso. La paciente pareció
mejorar bajo la influencia de la nuez vómica. Estaba sentada, bien
arrebozada con un chal y se quejaba de tener frío. El aire de la
habitación era impuro. Estaba calentado y había perdido su vitalidad.
Habían tapado casi todas las aberturas por donde podía entrar aire
puro, para proteger a la enferma de una dolorosa sensación de frío