Página 469 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Capítulo 3
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todas las que tendrían que morir a causa de las enfermedades si se
hubiera dejado que la naturaleza realizase su obra.
Muchas vidas han sido sacrificadas por los médicos que ad-
ministran drogas para enfermedades desconocidas. No tienen un
conocimiento real de la naturaleza exacta de la enfermedad que
aflige al paciente. Sin embargo se espera que los médicos sepan en
un momento qué deben hacer, y a menos que actúen de inmediato
como si comprendieran perfectamente la enfermedad, son conside-
rados como médicos incompetentes por sus amigos impacientes y
por los enfermos. Por lo tanto, con el fin de satisfacer las opiniones
equivocadas de los enfermos y de sus amigos, deben administrar
medicamentos, realizar experimentos y efectuar pruebas, para curar
al paciente de una enfermedad de la que no poseen ningún conoci-
miento real. La naturaleza es cargada con drogas venenosas que ella
no puede expulsar del organismo. Los mismos médicos a menudo se
convencen de que han utilizado medicamentos poderosos para una
enfermedad que no existía, y la muerte ha sido el resultado.
Los médicos son dignos de censura, pero no son los únicos
culpables. Los enfermos mismos, si fuesen pacientes, si se pusieran
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a dieta, si sufrieran un poco, y le dieran tiempo a la naturaleza para
rehacerse, se restablecerían más pronto sin utilizar ninguna medicina.
Únicamente la naturaleza posee facultades curativas. Las medicinas
no tienen poder para curar, sino que por lo general estorbarán los
esfuerzos de la naturaleza. Después de todo, es ella la que debe
efectuar la obra de restablecimiento. Los enfermos tienen prisa
por sanar y los amigos de los enfermos son impacientes. Quieren
medicamentos, y si no experimentan en su organismo esa poderosa
influencia que sus conceptos erróneos les inducen a pensar que
deberían sentir, buscan con impaciencia otro médico. Ese cambio
con frecuencia agrava el mal. Y vuelve a comenzar un sistema de
curación tan peligroso como el primero, y más fatal, porque los dos
tratamientos no concuerdan, y así el organismo queda envenenado
más allá de toda esperanza de recuperación.
Pero muchas personas nunca han experimentado los efectos be-
néficos del agua, y temen utilizar una de las bendiciones más grandes
del cielo. Se ha rehusado el agua a personas que sufrían de fiebre
quemante por miedo a que les hiciese daño. Si en ese estado febril
se les hubiese dado abundante agua para beber, y si se la hubiese