Página 486 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Mensajes Selectos Tomo 2
y del cerebro. Los que consideran la salud de sus hijos de más
valor que las necias alabanzas de las visitas o la admiración de los
desconocidos, siempre cubrirán los hombros y los brazos de sus
tiernas criaturas. Con frecuencia se ha llamado la atención de una
madre al tono morado de los brazos y las manos de su hijo, y se le
ha advertido contra la práctica destructora de la salud y la vida; y
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su respuesta ha sido a menudo: “Siempre visto a mis hijos en esta
forma. Están acostumbrados. No puedo soportar el ver cubiertos los
brazos de los niños. Parece algo pasado de moda”. Estas madres
visten a sus delicados niños como no se atreverían a vestirse ellas
mismas. Saben que si anduvieran con sus propios brazos desnudos
temblarían de frío. ¿Pueden los niños de poca edad soportar este
proceso de endurecimiento sin perjudicarse? Algunos niños pueden
nacer con constituciones tan vigorosas que son capaces de soportar
esos excesos sin perder la vida; sin embargo miles son sacrificados,
y decenas de miles reciben el fundamento para una vida corta e
inválida, debido a la costumbre de fajarlos y de recargar el cuerpo
con demasiada ropa mientras se dejan desnudos los brazos que están
tan distantes del asiento de la vida y que por esta misma causa
necesitan aún más protección que el pecho y los pulmones. ¿Pueden
las madres esperar tener hijos tranquilos y saludables si los tratan de
ese modo?
Cuando las piernas y los brazos se enfrían, la sangre se aleja
de ellos y se acumula en los pulmones y la cabeza. La circulación
queda entorpecida y la delicada maquinaria de la naturaleza no
funciona armoniosamente. El organismo del niño se trastorna, y éste
llora y se queja debido al sufrimiento que se ve obligado a soportar.
La madre lo alimenta porque piensa que tiene hambre, cuando el
alimento lo único que consigue es aumentar el sufrimiento. Fajas
apretadas y un estómago recargado no pueden llevarse bien. El
niño no tiene lugar para respirar. De manera que llora, se agita
y jadea por la falta de aire, y sin embargo la madre no descubre
cuál es la causa. Si comprendiera cuál es la razón de ese estado,
podría aliviar de inmediato sus sufrimientos, por lo menos en lo
que atañe a las fajas apretadas. Por fin se alarma porque piensa que
su hijo está realmente enfermo, de modo que llama a un médico;
éste lo mira gravemente durante unos momentos y luego extrae
medicamentos venenosos, o algo denominado jarabe calmante, que