Página 492 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Mensajes Selectos Tomo 2
sobre sus vestiduras. Pero en el Nuevo Testamento con frecuencia se
nos señala el Israel de la antigüedad como ejemplo. Si Dios dio ins-
trucciones tan definidas a su pueblo de la antigüedad concernientes
a su manera de vestir, ¿no tomará en cuenta el vestido de su pueblo
en esta época? ¿No debería distinguirse del mundo por su manera
de vestir? ¿No debería el pueblo de Dios, que es su especial tesoro,
procurar glorificar a Dios aun en su vestimenta? ¿Y no deberían sus
hijos ser ejemplos en lo que concierne a su manera de vestir, y con su
estilo sencillo reprochar el orgullo, la vanidad y la extravagancia de
los profesos cristianos que son mundanos y amantes del placer? Dios
requiere esto de su pueblo. El orgullo es censurado en su Palabra.
Pero hay una clase de personas que habla insistentemente del
orgullo y la vestimenta, y que sin embargo descuida su propia in-
dumentaria, y que piensa que es una virtud ser sucios y vestirse sin
orden ni gusto; y su ropa a menudo tiene el aspecto de haber ido
volando y de haber caído sobre ellos. Sus prendas de vestir están
sucias, y sin embargo tales personas se atreven a hablar contra el
orgullo. Clasifican la decencia y la pulcritud en la misma categoría
que el orgullo. Si hubieran estado entre el pueblo que se reunió
alrededor del monte para escuchar la ley promulgada desde el Sinaí,
habrían sido expulsadas de la congregación de Israel porque no ha-
brían obedecido el mandamiento de Dios: “Y laven sus vestidos”,
como preparación para escuchar su ley dada con terrible majestad.
Los Diez Mandamientos promulgados por Jehová desde el Sinaí
no pueden vivir en los corazones de personas de hábitos desordena-
dos y sucios. Si el Israel de la antigüedad no podía ni escuchar la
proclamación de esa ley santa, a menos que obedeciera la orden de
Jehová y lavara sus vestidos, ¿cómo puede esa ley santa ser escrita
en los corazones de personas que no tienen limpio el cuerpo, la ropa
ni la casa? Es imposible. Su profesión puede ser tan elevada como
el cielo, y sin embargo no tiene nada de valor. Su influencia disgusta
a los incrédulos. Y habría sido mejor que hubieran permanecido
siempre fuera de las filas del pueblo leal de Dios. La casa de Dios es
deshonrada por tales profesos cristianos. Todos los que se reúnen el
sábado para adorar a Dios deberían, hasta donde sea posible, tener
un traje pulcro que les siente bien y que sea agradable para llevar
a la casa de culto. Es una deshonra para el sábado y para Dios y su
casa, que los que profesan creer que el sábado es el día santo del