Página 287 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Experiencias y trabajos
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pondió: “No le pido que vaya a su camarote. Procuraré que tenga un
lugar adecuado donde dormir. Los camareros me acompañaron al
salón superior y se dispuso un colchón de aire en el suelo. Aunque
todo se hizo en el menor tiempo posible, no tardé en marearme. Me
tumbé en la improvisada cama y no me levanté hasta el jueves por la
mañana. Durante ese tiempo sólo comí una vez; fueron unas pocas
cucharadas de caldo de ternera y galletas saladas.
Durante ese viaje de cuatro días, pocas fueron las personas que,
pálidas, débiles y tambaleantes, se aventuraron a salir de sus cabinas
para dirigirse a la cubierta. La miseria estaba escrita en todas las
caras. La vida no parecía deseable. Todos ansiábamos el reposo que
no podíamos encontrar y deseábamos ver algo que se mantuviera
firme e inmóvil. La importancia de las personas no servía de mucho.
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He aquí una gran lección que podemos aprender sobre la pequeñez
del hombre.
La travesía fue agitada hasta que sobrepasamos el obstáculo
y entramos al río Columbia. A partir de ese momento, el agua se
calmó y pareció un espejo
Me condujeron a la cubierta. Era una
hermosa mañana, y los pasajeros se precipitaron en cubierta como un
enjambre de abejas. Al principio todos tenían un aspecto lastimoso.
Pero el aire vigorizador y el sol que siguen a las tormentas pronto
despertaron la alegría y las risas.
La última noche que pasamos a bordo me sentí agradecida al
Padre celestial. Aprendí una lección que nunca olvidaré. En la tor-
menta y el oleaje, y en la calma que siguió, Dios había hablado a mi
corazón. ¿Acaso lo desobedeceremos? ¿Acaso el hombre opondrá
su voluntad a la de Dios? ¿Acaso desobedeceremos los mandamien-
tos de un Gobernante tan poderoso? ¿Tendremos contienda con el
Altísimo, el cual es la fuente de todo poder y de cuyo corazón fluyen
amor infinito y bendiciones para todas sus criaturas?
Mi visita a Oregon fue de especial interés. Tras una separación
de cuatro años, me encontré con mis queridos amigos, el hermano
y la hermana Van Horn, a quienes consideramos como unos hijos.
Los informes que había enviado el hermano Van Horn no eran tan
completos ni favorables como, en justicia, merecían ser. Quedé muy
gratamente sorprendida por ver que la causa de Dios en Oregon se
Aunque no lo explicite, es de suponer que el vapor remontó el río.—
N. del T
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