Página 114 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
humano debe trabajar con el hilo de su vida, entretejiéndolo con la
urdimbre para completar el modelo.
La obra de Cristo consistió mayormente en entrevistas persona-
les. Tenía una fiel consideración por el auditorio de una sola alma.
Mediante esta única alma, el conocimiento recibido era comunicado
a millares.
Debemos enseñar a las personas jóvenes a ayudar a la juventud;
y mientras tratan de hacer esta obra, adquirirán una experiencia
que las calificará para trabajar en forma consagrada en una esfera
más amplia. Millares de corazones pueden ser alcanzados de esta
manera muy sencilla y humilde. Los más intelectuales, aquellos
que son considerados y alabados como los hombres y mujeres más
talentosos del mundo, quedan con frecuencia refrigerados por las
sencillas palabras que fluyen de un corazón que ama a Dios y que
puede hablar de ese amor con tanta naturalidad como los mundanos
hablan de las cosas que su mente contempla y recibe como alimento.
Con frecuencia las palabras bien preparadas y estudiadas tienen poca
influencia. Pero las palabras veraces y sinceras de un hijo o una hija
de Dios, dichas con sencillez natural, abrirán la puerta de corazones
que habían estado cerrados durante mucho tiempo.
Los gemidos que causa el pesar del mundo se oyen en todo
nuestro alrededor. El pecado nos apremia con su sombra, y nuestra
mente debe estar lista para toda buena palabra y obra. Sabemos que
poseemos la presencia de Jesús. La dulce influencia del Espíritu
Santo está enseñando y guiando nuestros pensamientos para indu-
cirlos a hablar palabras que alegren la senda de otros. Si pudiéramos
hablar con frecuencia a nuestras hermanas y en vez de decirles: “Id”,
pudiéramos guiarlas a realizar lo que nosotros haríamos, y a sentir lo
que nosotros sentiríamos, entonces comenzaríamos a apreciar más y
más el valor del alma humana. Debemos aprender, a fin de enseñar.
Este pensamiento debe grabarse en la mente de todo miembro de la
Iglesia.
Creemos plenamente en la organización de la Iglesia; pero ésta
no tiene el propósito de prescribir la manera exacta como debemos
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trabajar; porque no todas las mentes han de ser alcanzadas por los
mismos métodos. No debe permitirse cosa alguna que separe al sier-
vo de Dios de sus semejantes. El creyente individual ha de trabajar
para el pecador individual. Cada persona debe mantener ardiendo su