Página 141 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

Basic HTML Version

Lo que impide la reforma
137
de Dios y de la verdad al proveer entretenimientos mundanos a los
alumnos. Al hacer esto atraen sobre ellos mismos la ira de Dios,
pues desvían a los jóvenes y hacen la obra de Satanás. Esta obra,
con todos sus resultados, la tendrán que arrostrar ante el tribunal de
Dios.
Los que siguen semejante conducta dan a entender que no se
puede confiar en ellos. Después que el mal ha sido hecho, podrán
confesar su error; pero, ¿podrán acaso destruir la influencia que han
ejercido? ¿Se dirá el “bien, buen siervo” a los que no cumplieron
su cometido? Estos obreros infieles no han edificado sobre la Roca
eterna, y su fundamento resultará ser arena movediza. En vista de
que el Señor nos manda ser diferentes y singulares, ¿cómo podremos
apetecer la popularidad o tratar de imitar las costumbres y prácticas
del mundo? “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
con Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se
constituye enemigo de Dios”.
Santiago 4:4
.
Rebajar las normas para conseguir popularidad y un aumento en
número de feligreses y luego hacer de este aumento un motivo de
regocijo, pone de manifiesto gran ceguedad. Si la cantidad fuera una
prueba del éxito, Satanás podría pretender la preeminencia, porque
en este mundo sus seguidores forman la gran mayoría. Es el grado
de poder moral que compenetra una escuela lo que constituye una
prueba de su prosperidad. Es la virtud, la inteligencia y la piedad
de las personas que componen nuestras escuelas, y no su número,
lo que debiera ser una fuente de gozo y gratitud. ¿Deberían, acaso,
nuestras escuelas convertirse al mundo y seguir sus costumbres y
modas? “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que... no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea
[149]
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Romanos 12:1, 2
.
Muchos harán uso de todos los medios posibles para atenuar la
diferencia entre los adventistas del séptimo día y los observadores
del primer día de la semana. Me fue presentada una congregación
que, a pesar de llevar el nombre de adventistas del séptimo día,
aconsejaba que las normas que hacen de nosotros un pueblo singular
no se destacaran tanto, pues alegaban que no era el mejor método
para garantizar el éxito a nuestras instituciones. Pero éste no es
el momento de arriar nuestra bandera o avergonzarnos de nuestra