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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
cesariamente a dichos libros como seguros o esenciales. Han llevado
a millares adonde Satanás llevó a Adán y Eva; esto es, al árbol del
conocimiento cuyo fruto Dios nos ha prohibido comer. Han inducido
a los alumnos a dejar el estudio de las Escrituras por una clase de
estudios que no es esencial. A fin de que los alumnos educados de
esa manera lleguen alguna vez a ser idóneos para trabajar por las
almas, tendrán que desaprender mucho de los conocimientos adqui-
ridos. Encontrarán, empero, que desaprender es un trabajo difícil,
por cuanto ideas censurables han echado raíces en sus mentes como
la maleza en un jardín, y como resultado, algunos jamás podrán
discernir entre lo correcto y lo erróneo. El bien y el mal se han mez-
clado en su educación. Se han ensalzado, para que las contemplasen,
las imágenes de los hombres y las teorías humanas; de manera que
cuando intentan enseñar a otros, la poca verdad que pueden repetir
está entretejida con opiniones, dichos y hechos humanos. Las pala-
bras de hombres que demuestran no tener un conocimiento práctico
de Cristo no debieran encontrar sitio en nuestras escuelas, pues sólo
constituirán obstáculos para la debida educación de la juventud.
“Tenéis la Palabra del Dios vivo y con sólo pedirlo podéis recibir
el don del Espíritu Santo para hacer de dicha Palabra un poder para
los que creen y obedecen. La obra del Espíritu Santo es guiar a toda
verdad. Cuando dependéis de la Palabra del Dios vivo con el corazón,
la mente y el alma, el conducto de comunicación queda expedito.
El estudio profundo y ferviente de la Palabra bajo la dirección del
Espíritu Santo os suministrará maná fresco, y el mismo Espíritu hará
eficaz su empleo. El esfuerzo de los jóvenes para disciplinar la mente
para alcanzar elevadas y santas aspiraciones será recompensado. Los
que hacen esfuerzos perseverantes en este sentido, y aplican la mente
a la tarea de comprender la Palabra de Dios, están preparados para
ser obreros juntamente con Dios.
“El mundo reconoce como maestros a algunos a quienes Dios
no puede aprobar como instructores seguros. Dejan de lado la Biblia
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y en cambio recomiendan las producciones de autores ateos como
si ellas contuviesen aquel sentir que debiera entrelazarse con el
carácter. ¿Qué podéis esperar de una siembra tal? En el estudio de
estos libros censurables, tanto la mente de los maestros como la de
los alumnos se corrompe, y el enemigo siembra su cizaña. No puede
ser de otra manera. Al beber de una fuente impura, se introduce