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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
¿Ha de permitirse que los adolescentes sean llevados de aquí
para allá, que se desanimen y que caigan en las tentaciones que
por doquier los acechan para enredar sus incautos pies? La obra
que se halla más a mano de los miembros de nuestras iglesias es
la de interesarse en nuestros jóvenes y con bondad, paciencia y
ternura enseñarles renglón tras renglón y precepto tras precepto. ¡Oh!
¿Dónde están los padres y las madres de Israel? Debieran ser muchos
los que, como dispensadores de la gracia de Cristo, manifiesten por
los jóvenes un interés especial, y no meramente casual. Muchos
debieran sentirse conmovidos por la situación lastimosa en que se
encuentran nuestros jóvenes, y darse cuenta de que Satanás se vale
de toda artimaña imaginable para atraparlos en sus redes. Dios pide
definidamente que la iglesia se despierte de su letargo y discierna el
servicio que se le exige en este tiempo de peligro.
Los ojos de nuestros hermanos y hermanas deben ser ungidos
con el colirio celestial a fin de que vean las necesidades del momento.
Los corderos del rebaño necesitan ser apacentados, y el Señor del
cielo observa para ver quién hace la obra que él quiere que se haga
en favor de los niños y los jóvenes. La Iglesia duerme y no se percata
de la magnitud de este asunto. Alguien dirá: “¿Qué necesidad hay
de ser tan escrupuloso en educar a nuestros jóvenes de manera
cabal? Me parece que si unos cuantos de los que hayan decidido
seguir alguna vocación literaria o alguna otra carrera que exige cierta
disciplina, reciben atención especial, es todo lo que se necesita. No
es necesario que todos nuestros jóvenes sean tan bien enseñados.
¿No bastará, acaso, la completa educación de unos cuantos para todo
requerimiento esencial?”
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No, respondo, y lo recalco enérgicamente. ¿Qué selección podría-
mos hacer entre nuestros jóvenes? ¿Cómo podríamos decir nosotros
quién habría de ser el más promisorio, quién habría de rendir a Dios
el mejor servicio? Con nuestro juicio humano, haríamos lo que hizo
Samuel, quien, al ser enviado en busca del ungido del Señor, miró a
la apariencia exterior. Pero el Señor le dijo: “No mires a su parecer,
ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová
no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está
delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.
1 Samuel 16:7
. A
ninguno de los hijos de Isaí, de parecer noble, aceptaba el Señor; mas
cuando David, el hijo menor, un simple pastor de ovejas, fue traído