Página 219 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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La obra del médico en favor de la gente
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dificultades que encuentre, esta es la obra solemne y sagrada de la
profesión médica.
La verdadera obra misionera es aquella en la cual la obra del
Salvador está mejor representada, sus métodos aplicados más de
cerca y mejor mostrada su gloria. La obra misionera que no alcance
esta norma se registra en el cielo como defectuosa. Será pesada en
las balanzas del santuario y se encontrará que está fallada.
Los médicos deben tratar de dirigir la mente de sus pacientes a
Cristo, el Médico del alma y el cuerpo. Lo que ellos sólo pueden
intentar hacer, Cristo lo realiza. El agente humano se esfuerza por
prolongar la vida. Cristo es la vida. El que pasó por la muerte para
destruir a aquel que tiene el imperio de la muerte es la Fuente de
toda vitalidad. En Galaad hay bálsamo y médico. Cristo soportó
una muerte atroz en las circunstancias más humillantes para que
nosotros viviéramos. Dio su preciosa vida para vencer la muerte.
Pero se levantó de la tumba, y las miríadas de ángeles que vinieron
a contemplarle mientras recuperaba la vida que había depuesto,
oyeron sus palabras de gozo triunfante cuando, de pie sobre la tumba
prestada por José, proclamó: “Yo soy la resurrección y la vida”.
La pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (
Job
14:14
) ha sido contestada. Al llevar la penalidad del pecado al bajar
a la tumba, Cristo la iluminó para todos los que mueren con fe.
Dios, en forma humana, sacó a luz la vida y la inmortalidad por el
Evangelio. Al morir, Cristo aseguró la vida eterna a todos los que
crean en él y condenó al instigador del pecado y la deslealtad a sufrir
la pena del pecado: la muerte eterna.
El Poseedor y Dador de la vida eterna, Cristo, fue el único que
pudo vencer la muerte. Él es nuestro Redentor; y bienaventurado
es todo médico que es, en el verdadero sentido de la palabra, un
misionero, un salvador de las almas por las cuales Cristo dio su vida.
Un médico tal aprende del gran Médico día tras día a velar y trabajar
por la salvación de las almas y los cuerpos de hombres y mujeres. El
Salvador está presente en la habitación del enfermo y en la sala de
operaciones; su poder, para gloria de su nombre, realiza maravillas.
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El médico puede hacer una noble obra si está relacionado con
el gran Médico. Puede hallar la oportunidad de decir palabras de
vida a los parientes del enfermo, cuyos corazones están llenos de
simpatía por el doliente; y puede enternecer y elevar la mente del