La necesidad del mundo
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abrumadas por un sentimiento de culpabilidad. Es obra de los siervos
de Dios buscar estas almas, orar con ellas y por ellas, y conducirlas
paso a paso al Salvador.
Pero los que no reconocen los requerimientos de Dios no son los
únicos que viven angustiados y necesitados de ayuda. En el mundo
actual, donde predominan el egoísmo, la codicia y la opresión; mu-
chos de los verdaderos hijos de Dios sufren necesidades y aflicción.
En lugares humildes y miserables rodeados de pobreza, enfermedad
y culpabilidad, incontables son los que soportan pacientemente su
carga de dolor y tratan de consolar a los desesperados y pecadores
que los rodean. Muchos de ellos son casi desconocidos para las
iglesias y los ministros; pero son luces del Señor que resplandecen
en medio de las tinieblas. El Señor los cuida en forma especial e
invita a su pueblo a ayudarlos a aliviar sus necesidades. Dondequiera
que haya una iglesia, debe buscarse con atención especial esta clase
de personas y atenderla.
Y mientras trabajemos por los pobres, debemos prestar atención
también a los ricos, cuyas almas son igualmente preciosas a la
vista de Dios. Cristo obraba en favor de todos los que querían oír
su palabra. No buscaba solamente a los publicanos y parias, sino
al fariseo rico y culto, al noble judío y al gobernante romano. El
rico necesita que se trabaje por él con amor y temor de Dios. Con
demasiada frecuencia confía en sus riquezas, y no siente su peligro.
Los bienes mundanales que el Señor ha confiado a los hombres, son
con frecuencia una fuente de gran tentación. Miles son inducidos así
a prácticas pecaminosas que los confirman en la intemperancia y el
vicio. Entre las miserables víctimas de la necesidad y el pecado se
encuentran muchos que poseyeron en un tiempo riquezas. Hombres
de diferentes vocaciones y posiciones en la vida, han sido vencidos
por las contaminaciones del mundo, por el consumo de bebidas
alcohólicas, por la complacencia de las concupiscencias de la carne;
y han caído vencidos por la tentación. Mientras que estos seres
caídos nos mueven a compasión y reciben nuestra ayuda, ¿no debiera
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dedicarse algo de atención también a los que no han descendido a
esas profundidades, pero están comenzando a caminar por esa misma
senda? Hay millares que ocupan posiciones de honor y utilidad que
practican hábitos que significan la ruina del alma y del cuerpo. ¿No
deben hacerse los esfuerzos más fervientes para aleccionarlos?