Página 247 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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La necesidad de la iglesia
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se conduce de tal manera, no recibirá la cooperación de Dios en el
desarrollo de su carácter. Refinar la mente y el corazón es más fácil
cuando sentimos tan tierna simpatía por los demás que sacrificamos
nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus necesidades. Obte-
ner y retener todo lo que podamos para nosotros mismos, fomenta
la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo están a
disposición de quienes quieran hacer lo que Dios les ha indicado y
obrar como Cristo obró.
Nuestro Redentor envía a sus mensajeros a dar testimonio a su
pueblo. Él dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye
mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
Apocalipsis 3:20
. Pero muchos se niegan a recibirle. El Espíritu
Santo aguarda para enternecer y subyugar los corazones, pero no
están dispuestos a abrir la puerta y dejar entrar al Salvador, por temor
a que él requiera algo de ellos. Y así Jesús de Nazaret pasa de largo.
Él anhela concederles las ricas bendiciones de su gracia, pero se
niegan a aceptarlas. ¡Qué cosa terrible es excluir a Cristo de su
propio templo! ¡Qué pérdida para la iglesia!
* * * * *
Es un sacrificio hacer buenas obras, pero es el sacrificio lo que
nos disciplina. Estas obligaciones nos ponen en conflicto con los
sentimientos y propensiones naturales, y cuando las cumplimos ob-
tenemos victoria tras victoria sobre los rasgos objetables de nuestro
carácter. La guerra prosigue, y así crecemos en gracia; así reflejamos
la semejanza de Cristo y se nos prepara para tener un lugar entre los
benditos en el reino de Dios.
* * * * *
Bendiciones, tanto temporales como espirituales, acompañarán
a los que imparten a los necesitados lo que han recibido del Maestro.
Jesús realizó un milagro para alimentar a una multitud de cinco mil
personas, cansada y hambrienta. Eligió un lugar agradable en el cual
acomodar a la gente y les ordenó que se sentaran. Luego tomó los
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cinco panes y los dos pececillos. Sin duda hubo muchas conjetu-
ras acerca de la imposibilidad de satisfacer a cinco mil hombres