Página 261 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Nuestro deber hacia el mundo
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los menesterosos, debemos esmerarnos por darles la ayuda debida.
Ciertas personas se convertirán en un objeto central de caridad
mientras se les ayude. Dependerán de otros mientras vean algo de lo
cual puedan aprovecharse. Dándoles más tiempo y atención que lo
debido, podemos estimular su ociosidad, incapacidad, extravagancia
e intemperancia.
Cuando damos a los pobres debemos preguntarnos: “¿Estoy es-
timulando la prodigalidad? ¿Estoy ayudándolos o perjudicándolos?”
Nadie que puede ganarse la vida tiene derecho a depender de los
demás.
La expresión: “El mundo me tiene que sostener”, tiene en sí
la esencia de la mentira, del fraude y del robo. El mundo no tiene
que sostener a nadie que pueda trabajar y ganarse la vida. Pero si
alguno llega a nuestra puerta y pide alimento, no debemos despedirlo
hambriento. Su pobreza puede ser el resultado de la desgracia.
Debemos ayudar a los que, con familias numerosas que sostener,
tienen que luchar constantemente con la debilidad y la pobreza. Más
de una madre viuda, con sus niños sin padre, trabaja más de lo que
sus fuerzas le permiten a fin de conservar a sus pequeñuelos consigo
y proveerles alimento y ropa. Muchas madres que están en esta
situación han muerto por exceso de trabajo. Cada viuda necesita el
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consuelo de las palabras alentadoras, y muchas son las que debieran
recibir ayuda material.
Algunos hombres y mujeres de Dios, con discernimiento y sabi-
duría, debieran ser designados para atender a los pobres y meneste-
rosos, en primer lugar a los de la familia de la fe. Dichas personas
debieran dar a la iglesia su informe y su opinión acerca de lo que
debería hacerse.
En vez de animar a los pobres a pensar que pueden conseguir
que se les provea gratis, o casi gratis, lo que necesitan para comer y
beber, deberíamos ponerlos en condición de ayudarse a sí mismos.
Debemos esforzarnos por proveerles trabajo, y si es necesario, en-
señarles a trabajar. Enséñese a los miembros de las familias pobres
a cocinar, a hacer y arreglar su propia ropa, a cuidar debidamente
su casa. Enséñese debidamente a los niños y niñas algún oficio u
ocupación útil. Debemos educar a los pobres para que se sostengan
a sí mismos. Esto será una verdadera ayuda, porque no sólo los hará
autosuficientes, sino que los habilitará para ayudar a otros.