Página 262 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
Es propósito de Dios que los ricos y los pobres estén estrecha-
mente vinculados por lazos de simpatía y por un espíritu servicial.
Él nos invita a interesarnos en todos los casos de padecimiento y
necesidad que lleguen a nuestro conocimiento.
No pensemos que vamos a rebajar nuestra dignidad al atender a
los dolientes. No miremos con indiferencia y desprecio a los que han
arruinado el templo del alma. Ellos son objeto de la compasión divi-
na. El que creó a todos tiene interés en todos. Aun los que han caído
en lo más bajo no están fuera del alcance de su amor y compasión.
Si somos verdaderamente sus discípulos, manifestaremos el mismo
espíritu. El amor que es inspirado por nuestro amor hacia Jesús verá
en cada alma, sea pobre o rica, un valor que no puede ser medido por
el cálculo humano. Revele nuestra vida un amor superior a cuanto
pueda expresarse en palabras.
Con frecuencia, el corazón de los hombres se endurece bajo
la reprensión; pero no puede resistir el amor que se les manifiesta
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en Cristo. Debemos invitar al pecador a no sentirse desechado por
Dios. Invitémoslo a mirar a Cristo, que es el único capaz de sanar
el alma contaminada por el pecado. Digámoselo al desesperado y
desalentado doliente que es prisionero de la esperanza. Sea nuestro
mensaje: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo”.
Juan 1:29
.
Se me ha indicado que la obra médica misionera descubrirá en
las mismas profundidades de la degradación a hombres que, aunque
se han entregado a costumbres intemperantes y disolutas, responde-
rán al trato apropiado. Pero es necesario reconocerlos y animarlos.
Se necesita un esfuerzo firme, paciente y ferviente para elevarlos.
No pueden restaurarse a sí mismos. Pueden oír el llamamiento de
Cristo, pero sus oídos están demasiado embotados para discernir su
significado; sus ojos están demasiado ciegos para ver lo bueno que
se ha reservado para ellos. Están muertos en delitos y pecados. Sin
embargo, aun estos no están excluidos del banquete del Evangelio.
Deben recibir la invitación: “Venid”. Aunque se sientan indignos, el
Señor dice: “Fuérzalos a entrar”. No escuchéis excusa alguna. Con
amor y bondad, asíos de ellos.
“Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe,
orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperan-
do la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A