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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
Una obra como la de Cristo
Al atender a los niños no debemos obrar simplemente por deber;
sino por amor, porque Cristo murió para salvarlos; compró estas
almas que necesitan nuestro cuidado, y espera que las amemos como
él nos amó en nuestros pecados y extravíos. El amor es el medio
por el cual Dios obra para atraer el corazón hacia sí; porque “Dios
es amor”. Este principio es el único que resulta eficaz en cualquier
empresa de misericordia. Lo finito debe unirse con el Infinito.
Esta obra en favor de los necesitados requerirá dedicación, ab-
negación y sacrificio personal. Pero ¿qué es un pequeño sacrificio
comparado con el sacrificio que Dios hizo por nosotros en la dádiva
de su Hijo unigénito?
Dios nos imparte su bendición para que la compartamos con
otros. Cuando le pedimos nuestro pan cotidiano, él se fija en nues-
tra intención para ver si nos proponemos compartirlo con quienes
lo necesitan más que nosotros. Cuando oramos: “Dios, sé propi-
cio a mí pecador”, procura detectar si manifestaremos compasión
con el prójimo. Expresamos nuestra relación con Dios si somos
misericordiosos como lo es nuestro Padre celestial.
Dios da constantemente. ¿Y a quiénes concede sus dones? ¿A
los que tienen un carácter intachable? Él “Que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.
Mateo 5:45
. No obstante el carácter pecaminoso de la humanidad,
a pesar de que tan a menudo agraviamos el corazón de Cristo y no
merecemos el perdón, cuando se lo pedimos él no nos rechaza. Nos
ofrece gratuitamente su amor con esta exhortación: “Que os améis
unos a otros; como yo os he amado”.
Juan 13:34
.
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Hermanos y hermanas, os pido que consideréis cuidadosamente
este asunto. Pensad en las necesidades de los huérfanos. ¿No se
conmueven vuestros corazones cuando presenciáis sus sufrimientos?
Ved si no podéis hacer algo para atender a estos seres desamparados.
En la medida en que podáis hacerlo, dad hogar a los que no lo tienen.
Esté cada uno listo para ayudar en dicha obra. El Señor dijo a Pedro:
“Apacienta mis corderos”. Es una orden, y al abrir nuestros hogares
a los huérfanos, contribuimos a que se cumpla. No permitamos que
Jesús se frustre con nosotros.