Página 321 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

Basic HTML Version

La hospitalidad
317
trajo ángeles a su hogar. Los visitantes a quienes trataba de proteger,
lo protegieron a él. Al anochecer los había introducido en su casa
para alejarlos del peligro; al amanecer, ellos llevaron a él y a su
familia a un lugar seguro fuera de las puertas de la ciudad condenada
a la destrucción.
Dios atribuyó suficiente importancia a estos actos de cortesía
para registrarlos en su Palabra; y más de mil años después un apóstol
inspirado los mencionó: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque
por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.
Hebreos 13:2
.
El privilegio concedido a Abraham y a Lot no se nos niega.
Cuando mostramos hospitalidad a los hijos de Dios, también noso-
tros podemos recibir a seres celestiales en nuestras moradas. Aun
en la actualidad los ángeles entran en forma humana en los hogares
de la gente, y son agasajados. Los cristianos que viven a la luz del
rostro de Dios están siempre acompañados por ángeles invisibles, y
estos seres santos dejan tras sí una bendición en nuestros hogares.
“Amante de la hospitalidad” es una de las cualidades que el Espí-
ritu Santo establece que deben poseer los que tienen responsabilidad
en la iglesia. Y a toda la iglesia se da esta orden: “Hospedaos los
unos a los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha
[345]
recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la
multiforme gracia de Dios”.
1 Pedro 4:9, 10
.
Estas amonestaciones han sido extrañamente descuidadas. Aun
entre los que profesan ser cristianos se ejercita poco la verdadera
hospitalidad. Entre nuestro propio pueblo la oportunidad de mani-
festar hospitalidad no se considera como debiera ser: un privilegio y
una bendición. La sociabilidad es escasa y la disposición poca para
hacer lugar para dos o tres más en la mesa familiar. Algunos aducen
que es “demasiado trabajo”. No sería así si dijéramos: “No hemos
hecho preparativos especiales, pero le ofrecemos gustosos lo que
tenemos”. El huésped inesperado aprecia una bienvenida tal mucho
más que la más elaborada preparación para recibirlo.
Hacer preparativos para las visitas que requieren tiempo que
legítimamente pertenece al Señor, equivale a negar a Cristo. En
esto robamos a Dios. También perjudicamos a otros. Al preparar un
agasajo elaborado, muchos privan a su propia familia de la atención
necesaria, y su ejemplo induce a otros a seguir la misma conducta.