Página 323 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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La hospitalidad
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Cristo lleva cuenta de todo gasto en que se incurre al ser hospita-
larios por su causa. Él provee todo lo necesario para esta obra. Los
que por amor a Cristo alojan y alimentan a sus hermanos, haciendo
lo mejor que pueden para que la visita sea provechosa tanto para
los huéspedes como para sí mismos, son anotados en el cielo como
dignos de bendiciones especiales.
Cristo dio en su propia vida una lección de hospitalidad. Cuando
estaba rodeado por la muchedumbre hambrienta junto al mar, no la
mandó a sus hogares sin alimentarla. Dijo a sus discípulos: “Dadles
vosotros de comer”.
Mateo 14:16
. Y por un acto de su poder creador
proporcionó suficiente alimento para suplir sus necesidades. Sin
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embargo, ¡cuán sencillo fue! No había lujo. El que tenía todos los
recursos del cielo a su disposición podría haber presentado a la gente
una comida suculenta. Pero proveyó solamente lo que bastaba para
su necesidad, lo que era el alimento diario de los pescadores a orillas
del mar.
Si los hombres fueran hoy sencillos en sus costumbres y vi-
vieran en armonía con las leyes de la naturaleza, habría abundante
provisión para todas las necesidades de la familia humana, menos
carencias imaginarias y más oportunidad de trabajar de acuerdo con
los métodos de Dios.
Cristo no trató de atraer a los hombres hacia él por la satisfacción
del amor al lujo. El menú sencillo que proveyó era una garantía no
sólo de su poder sino de su amor, de su tierno cuidado por ellos
en las necesidades de la vida. Y a la vez que los alimentaba con
panes de cebada, también les dio a comer el pan de vida. Él es
nuestro ejemplo. Nuestro menú también puede ser sencillo, y hasta
escaso. Nuestra suerte puede estar ligada con la pobreza. Nuestros
recursos pueden no ser mayores que los del niño que tenía sólo
cinco panes y dos pececillos. Sin embargo, al ponernos en relación
con los necesitados, Cristo nos ordena: “Dadles vosotros de comer”.
Debemos compartir lo que tenemos; y a medida que demos, Cristo
se preocupará de que nuestra necesidad sea satisfecha.
En relación con esto leamos la historia de la viuda de Sarepta.
Dios pidió a su siervo Elías que visitara a esta mujer que vivía
entre paganos en un tiempo de hambre y le pidiera comida. “Y ella
respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente
un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una