Página 338 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
y encerrarnos, dentro de nosotros mismos. Cada uno es parte de
la gran trama de la humanidad, y su experiencia será mayormente
determinada por la experiencia de sus asociados.
No obtenemos la centésima parte de la bendición que podría-
mos obtener de nuestras asambleas para adorar a Dios. Nuestras
facultades perceptivas necesitan ser aguzadas. La comunión de unos
con otros debe alegrarnos. Con una esperanza como la que tenemos,
¿por qué no arde en nuestro corazón el amor de Dios?
Debemos asistir a toda reunión religiosa motivados por una ví-
vida comprensión espiritual de que Dios y sus ángeles están allí,
cooperando con todos los verdaderos adoradores. Al entrar en el lu-
gar de culto, pidamos a Dios que quite todo mal de nuestro corazón.
Traigamos a su casa solamente lo que él puede bendecir. Arrodillé-
monos delante de Dios en su templo, y consagrémosle lo suyo, lo
que compró con la sangre de Cristo. Oremos por el predicador o el
que dirige la reunión. Roguemos que una gran bendición venga por
medio del que ha de presentar Palabra de Dios. Esforcémonos con
fervor por obtener una bendición para nosotros mismos.
Dios bendecirá a todos los que se preparen así para su servicio.
Ellos comprenderán lo que significa tener la seguridad del Espíritu
porque recibieron a Cristo por la fe.
El lugar de culto puede ser muy humilde, pero no por eso deja
el Señor de reconocerlo. Para los que adoran a Dios en espíritu y
en verdad y en la belleza de la santidad, será como la puerta del
cielo. El grupo de creyentes puede ser pequeño, pero a la vista de
Dios es muy precioso. La verdad los sacó como piedras brutas de
la cantera del mundo, y fueron llevados al taller de Dios para ser
tallados y modelados. Pero aun en bruto son preciosos a la vista de
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Dios. El hacha, el martillo y el cincel de las pruebas están en las
manos de un Artífice hábil que no los emplea para destruir, sino para
labrar la perfección de cada alma. Como piedras preciosas, pulidas
a semejanza de las de un palacio, Dios quiere que nos ubiquemos en
algún lugar en el templo celestial.
Lo que Dios nos indica y concede es ilimitado. El trono de la
gracia es en sí mismo la atracción más elevada, porque está ocupado
por Uno que nos permite llamarle Padre. Pero Dios no consideró
completo el principio de la salvación mientras sólo estaba investido
de su amor. Por su propia voluntad, puso en su altar a un Abogado