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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
Así también sucede con las exigencias de Dios hacia nosotros.
Pone sus tesoros en las manos de los hombres, pero requiere que una
décima parte sea puesta fielmente a un lado para su obra. Requiere
que esta porción sea entregada a su tesorería. Ha de serle devuelta
como propiedad suya; es sagrada y debe emplearse para fines sa-
grados, para el sostén de los que han de proclamar el mensaje de
salvación en todas partes del mundo. Se reserva esta porción a fin
de que siempre afluyan recursos a su tesorería y se pueda comunicar
la luz de la verdad a los que están cerca y a los que están lejos.
Obedeciendo fielmente este requerimiento, reconocemos que todo
lo que tenemos pertenece a Dios.
¿No tiene el Señor derecho a exigir esto de nosotros? ¿No dio
acaso a su Hijo unigénito porque nos amaba y deseaba salvarnos de
la muerte? ¿Y no habrán de afluir a su tesorería nuestras ofrendas de
agradecimiento, para promover su reino en la tierra? Puesto que Dios
es el dueño de todos nuestros bienes, ¿no habrá de impulsarnos la
gratitud a él a presentarle ofrendas voluntarias y de agradecimiento,
en prueba de que lo reconocemos dueño de nuestra alma, cuerpo,
espíritu y propiedad? Si se hubiese seguido el plan de Dios, estarían
ahora afluyendo recursos a su tesorería; abundarían los fondos que
permitirían a los predicadores entrar en nuevos campos, y podrían
unirse obreros a los predicadores para enarbolar el estandarte de la
verdad en los lugares obscuros de la tierra.
Sin excusa
Es un plan trazado por el cielo que los hombres devuelvan al
Señor lo que le pertenece; y esto se presenta tan claramente que los
hombres y mujeres no tienen excusa por no comprender ni cumplir
los deberes y responsabilidades que Dios les ha impuesto. Los que
aseveran que no pueden ver que tal es su deber, revelan al universo
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celestial, a la iglesia y al mundo, que no quieren aceptar este reque-
rimiento tan claramente presentado. Piensan que si practicaran el
plan del Señor, se privarían de sus propios bienes. En la codicia de
sus almas egoístas, desean tener todo el monto, tanto el capital como
el interés y usarlo para su propio beneficio.
Dios pone su mano sobre todas las posesiones del hombre di-
ciendo: Yo soy el dueño del universo, y estos bienes son míos. El