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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
Preséntese suavemente la verdad
La verdad debe presentarse con tacto celestial, cortesía y ternura.
Debe proceder de un corazón que se haya enternecido y que haya
sentido simpatía por los demás. Necesitamos establecer una comu-
nión íntima con Dios, para que el yo no renazca, como sucedió con
Jehú. Para que no derramemos un raudal de palabras impropias, que
no son ni como el rocío, ni como la lluvia que vivifica las plantas que
se agostan. Al tratar de ganar a otros debemos utilizar palabras ama-
bles. Dios concederá sabiduría a quien busque sabiduría de lo alto.
Debemos procurar encontrar oportunidades en todas circunstancias;
debemos velar en oración; debemos estar listos para responder con
sencillez y temor acerca de nuestra esperanza. Elevemos de continuo
nuestros corazones a Dios, no sea que impresionemos negativamen-
te a cualquier persona por la cual Cristo murió; para que podamos
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hablar la palabra apropiada en el momento apropiado. Cuando así
obremos en favor de Dios, el Espíritu será nuestro ayudador. El Espí-
ritu Santo usará las palabras que hemos pronunciado amorosamente
en favor de las almas. La verdad tendrá un poder vigorizante cuando
sea hablada bajo la influencia de la gracia de Cristo.
El plan de Dios es tratar de llegar primeramente al corazón.
Hablemos acerca de la verdad, y dejemos que Dios inicie y mani-
fieste su poder reformador. No debe mencionarse lo que nuestros
oponentes dicen, sino más bien debemos permitir que la verdad se
imponga por sí misma. La verdad puede calar profundamente hasta
la médula. Debemos simplemente desplegar la verdad en todo su
poder de impresionar.
Según las pruebas se vayan acrecentando a nuestro alrededor, se
mostrarán en nuestras filas tanto la desunión como la unidad. Algu-
nos que están en estos momentos preparados para empuñar las armas
espirituales, cuando lleguen los tiempos de real peligro pondrán de
manifiesto que no habían edificado sobre la roca firme: cederán
ante la tentación. Quienes hayan recibido una gran luz y grandes
privilegios, pero que no los hayan cultivado; nos abandonarán utili-
zando cualquier pretexto. Si no han recibido el amor de la verdad,
serán cautivados por las falsedades del enemigo: le harán caso a los
espíritus seductores y a las doctrinas de demonios, y abandonarán la
fe. Pero, por otro lado, cuando la tormenta de la persecución caiga