Las actividades misioneras
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ocupación—agricultores, mecánicos, maestros o pastores—, si se
hubiesen consagrado completamente a Dios habrían llegado a ser
obreros eficientes para el Maestro celestial.
Pero, ¿qué están haciendo los miembros de la iglesia para ser
designados ayudantes de Dios? ¿Dónde vemos angustia del alma?
¿Dónde vemos a los miembros de la iglesia absortos en temas re-
ligiosos, entregados a la voluntad de Dios? ¿Dónde vemos a los
cristianos sintiendo su responsabilidad de hacer de la iglesia un pue-
blo próspero, despierto, comunicador de la luz? ¿Dónde están los
que no escatiman trabajo y amor por el Maestro? Nuestro Redentor
ha de ver del trabajo de su alma y ser satisfecho; ¿qué sucederá
con los que profesan seguirle? ¿Quedarán satisfechos cuando vean
el fruto de sus labores? ¿Por qué hay tan poca fe, tan poco poder
espiritual? ¿Por qué son tan pocos los que llevan el yugo y la carga
de Cristo? ¿Por qué hay que incitar a los miembros a emprender su
obra por Cristo? ¿Por qué son tan pocos los que pueden revelar los
misterios de la redención? ¿Por qué no resplandece como luz ante el
mundo la imputada justicia de Cristo, por medio de los que profesan
seguirle?
El resultado de la inacción
Cuando los hombres empleen sus facultades como lo indica Dios,
sus talentos aumentarán, su capacidad se ensanchará y obtendrán
una visión celestial en su esfuerzo por tratar de salvar a los perdidos.
Pero mientras los miembros de la iglesia sean negligentes e indife-
rentes hacia la responsabilidad que Dios les ha dado de impartir la
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verdad a la gente, ¿cómo pueden esperar recibir el tesoro del cielo?
Cuando los que profesan ser cristianos no sienten preocupación por
iluminar a los que están en tinieblas, cuando dejan de impartir gracia
y conocimiento, pierden discernimiento y su aprecio del valor de los
dones celestiales; y como resulado dejan de sentir la necesidad de
compartirlos.
Vemos grandes iglesias que se congregan en diferentes locali-
dades. Sus miembros han obtenido un sólido conocimiento de la
verdad, y muchos se contentan con oír la Palabra viviente sin tra-
tar de compartir la luz. Se sienten escasamente responsables por
el progreso de la obra y la salvación de la gente. Sienten mucho