Página 421 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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¿Pero qué valor tiene la riqueza incalculable, si se acumula en
costosas mansiones o en títulos bancarios? ¿Qué importancia tienen
estas cosas en comparación con un alma por la cual murió el Hijo
del Dios infinito?
A los que han amontonado riquezas para los últimos días, el
Señor declara: “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas
están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos;
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y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras
carnes como fuego”.
Santiago 5:2, 3
.
El Señor nos ordena: “Vended lo que poseéis, y dad limosna;
haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se
agote; donde el ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde
está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Estén ce-
ñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros
sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de
las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran enseguida. Bie-
naventurados aquellos siervos, a los cuales su señor, cuando venga,
halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a
la mesa, y vendrá a servirles. Y aunque venga a la segunda vigilia, y
aunque venga a la tercera vigilia, si los hallare así, bienaventurados
son aquellos siervos. Pero sabed esto, que si supiese el padre de
familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría ciertamente, y
no dejaría minar su casa. Vosotros, pues, también, estad preparados;
porque a la hora que no penséis, el Hijo del hombre vendrá”.
Lucas
12:33-40
.
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