Página 48 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
La preparación del corazón
En estas reuniones debemos recordar siempre que hay dos fuer-
zas que obran. Se está librando una batalla que los ojos humanos
no ven. El ejército del Señor está en el terreno, procurando salvar
almas. Satanás y su hueste están también obrando, procurando de
toda manera posible engañar y destruir. El Señor nos ordena: “Ves-
tíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra
las acechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre
y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los go-
bernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales
de maldad en las regiones celestes”.
Efesios 6:11-12
. Día tras día
sigue la batalla. Si pudiesen abrirse nuestros ojos para ver cómo
obran los agentes buenos y malos, no habría trivialidades, ni vanidad
ni bromas. Si cada uno quisiera revestirse con toda la armadura de
Dios y pelear virilmente las batallas del Señor, se ganarían victorias
que harían temblar el reino de las tinieblas.
Ninguno de nosotros debe asistir a un congreso confiando en
los ministros o los obreros bíblicos para que la reunión resulte ben-
decida. Dios no desea que su pueblo descanse por completo en los
pastores. No quiere que se debilite dependiendo de los seres huma-
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nos. Los creyentes no deben apoyarse como niños impotentes sobre
alguien como si fuera un puntal. Como mayordomo en la iglesia
de Dios, cada miembro de iglesia debe sentir la responsabilidad
de tener vida y raíces propias. Cada uno debe sentir que, en cierta
medida, el éxito de la reunión depende de él. No digáis: “No soy
responsable. No tendré nada que hacer en esta reunión”. Si estos
son vuestros sentimientos, dais a Satanás la oportunidad de trabajar
por vuestro intermedio. Él llenará vuestra mente de pensamientos, y
os dará algo que hacer en sus filas. En vez de “reunir” con Cristo,
estaréis “dispersando”.
El éxito de la reunión depende de la presencia y el poder del
Espíritu Santo. Todo aquel que ama la causa de la verdad debiera
orar por el derramamiento del Espíritu. Y en cuanto esté en nuestro
poder, debemos suprimir todo lo que impida que él actúe. El Espíritu
Santo no podrá nunca ser derramado mientras los miembros de la
iglesia alberguen divergencias y amarguras los unos hacia los otros.
La envidia, los celos, las malas sospechas y las maledicencias son de