Página 49 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Los congresos campestres
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Satanás, y cierran eficazmente el camino para que el Espíritu Santo
no intervenga. No hay nada en este mundo que sea tan precioso
para Dios como su iglesia. No hay nada que él proteja con un celo
más esmerado. No hay nada que ofenda tanto a Dios como un acto
que perjudique la influencia de aquellos que le sirven. Él llamará
a cuenta a todos los que ayuden a Satanás en su obra de criticar y
desalentar.
Los que se hallan desprovistos de compasión, ternura y amor,
no pueden hacer la obra de Cristo. Antes que pueda cumplirse la
profecía de que el débil será “como David,” y la casa de David
“como ángel de Jehová” (
Zacarías 12:8
), los hijos de Dios deben
poner a un lado todo pensamiento de sospecha con respecto a sus
hermanos. Los corazones deben latir al unísono. Debe manifestarse
mucho más abundantemente la benevolencia cristiana y el amor
fraternal. Repercuten en mis oídos las palabras: “Uníos, uníos.” La
verdad solemne y sagrada para este tiempo debe unificar al pueblo de
Dios. Debe morir el deseo de preeminencia. Un tema de emulación
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debe absorber todos los demás: “¿Quién se asemejará más a Cristo
en su carácter? ¿Quién se esconderá más completamente en Jesús?”
“En esto es glorificado mi Padre—dice Cristo—, en que llevéis
mucho fruto”
Juan 15:8
. Si hubo alguna vez un lugar donde los
creyentes debían llevar mucho fruto, es en nuestros congresos. En
estas reuniones nuestros actos, nuestras palabras, nuestro espíritu,
quedan anotados, y nuestra influencia será tan abarcante como la
eternidad.
La transformación del carácter ha de atestiguar al mundo que
el amor de Cristo mora en nosotros. El Señor espera que su pueblo
demuestre que el poder redentor de la gracia puede obrar en el
carácter deficiente, y hacer que se desarrolle simétricamente para
que lleve abundante fruto.
Pero a fin de que cumplamos el propósito de Dios, debe hacerse
una obra preparatoria. El Señor nos ordena que despojemos nuestro
corazón del egoísmo, que es la raíz del enajenamiento. Él anhela
derramar sobre nosotros su Espíritu Santo en abundante medida, y
nos ordena que limpiemos el camino mediante nuestra negación del
yo. Cuando entreguemos el yo a Dios, nuestros ojos serán abiertos
para ver las piedras de tropiezo que nuestra falta de cristianismo
ha colocado en el camino ajeno. Dios nos ordena que las elimine-