Los congresos campestres
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Cristo nos concede el agua de la vida a los que estamos sedientos,
para que la bebamos gratuitamente; cuando lo hacemos, tenemos
a Cristo dentro de nosotros como una fuente de agua que brota
para vida eterna. Entonces nuestras palabras rebosarán de frescura.
Entonces estaremos preparados para dar de beber a otros.
Debemos acercarnos a Dios y colaborar con él. Si no lo hacemos
se notarán debilidad y desaciertos en todo lo que emprendamos.
Si se nos permitiera administrar los intereses de la causa de Dios
guiándonos por nuestras intuiciones, no tendríamos ninguna razón
para contar con mucho; pero si nuestro yo se ocultara en Cristo,
entonces Dios sería el fundamento de toda nuestra obra. Tengamos
fe en Dios a cada paso. Mientras nos percatamos de nuestras propias
debilidades, no seamos faltos de fe, sino creamos en él.
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Si creemos lo que Dios dice, veremos su salvación. El evangelio
que presentamos a las almas que perecen debe ser el mismo que
salve nuestras propias almas. Debemos recibir la Palabra de Dios.
Debemos comer la Palabra, vivir la Palabra; es la carne y la sangre
del Hijo de Dios. Debemos comer su carne y beber su sangre: recibir
por fe sus atributos espirituales.
Debemos recibir luz y bendición, para tener algo que impartir.
Es el privilegio de cada obrero hablar primero con Dios en un lugar
de oración privado, y luego hablar con la gente como portavoces de
Dios. Los hombres y las mujeres que comulgan con Dios, en cuyos
corazones habita Cristo, convierten en sagrada la misma atmósfera,
porque están cooperando con ángeles santos. Tales testigos son los
que se necesitan para esta hora. Necesitamos el poder enternecedor
de Dios, el poder de atraer a la gente a Cristo.
Las necesidades de la iglesia
Muchos asisten a los congresos campestres llenos de críticas y
acusaciones. Estas personas, mediante la obra del Espíritu Santo,
deben ser conducidas a reconocer que su actitud murmuradora es
una ofensa a Dios. Deben ser guiados a censurarse ellos mismos
porque permitieron que el enemigo controlara sus mentes y su juicio.
La actitud acusadora debe ser remplazada por el arrepentimiento; la
inseguridad y la melancolía, por la pregunta sincera: “¿Cómo puedo
llegar a poseer una fe genuina?”