Los congresos campestres
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En lo que expresamos a la gente y en las oraciones que ofrece-
mos, Dios desea que demos inequívoca evidencia de que tenemos
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vida espiritual. No disfrutamos la plenitud de la bendición que el
Señor ha preparado para nosotros, porque no pedimos con fe. Si
ejerciéramos fe en la Palabra del Dios viviente, tendríamos las más
ricas bendiciones. Deshonramos a Dios por nuestra falta de fe; por lo
tanto, no podemos impartir vida a otros como sucedería si diéramos
un testimonio vivo, alentador. No podemos dar lo que no poseemos.
Si camináramos humildemente con Dios, si trabajáramos en el
espíritu de Cristo, ninguno de nosotros llevaría cargas pesadas. Las
pondríamos sobre el gran Portador de preocupaciones. Entonces
podríamos esperar triunfar en la presencia de Dios, en la comunión
de su amor. Desde el comienzo hasta el fin, cada congreso campestre
debe ser un festival de amor, porque la presencia de Dios está con
su pueblo.
Todo el cielo está interesado en nuestra salvación. Los ángeles de
Dios, miles de millares, y diez mil veces diez mil, son comisionados
para ministrar a los que serán herederos de salvación. Nos prote-
gen del mal y rechazan nuestra destrucción. ¿No tenemos motivos
de agradecimiento en todo momento, aun cuando haya evidentes
dificultades en nuestra senda?
El mismo Señor es nuestro ayudador. “Canta, oh hija de Sión;
da voces de júbilo, oh Israel; gózate y regocíjate de todo corazón,
hija de Jerusalén... Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará;
se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti
con cánticos”.
Sofonías 3:14, 17
. Este es el testimonio que el Señor
desea que llevemos al mundo. La alabanza debe estar siempre en
nuestros corazones y labios.
Tal testimonio influirá sobre los demás. Al procurar alejar a
los seres humanos de sus esfuerzos por satisfacer sus deseos para
obtener felicidad, debemos mostrarles que tenemos algo mejor que
lo que ellos anhelan obtener. Cuando Jesús conversaba con la mujer
samaritana, no la reprochó por venir a sacar agua del pozo de Jacob,
en cambio le ofreció algo de mucho más valor. En comparación con
el pozo de Jacob, Jesús presentó la fuente de agua viva. “Respondió
Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te
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dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La mujer
le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De