Página 22 - El Camino a Cristo (1993)

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El Camino a Cristo
Todos los mencionados lamentaban los resultados del pecado, pero
no experimentaban pesar por el pecado mismo.
Pero cuando el corazón cede a la influencia del Espíritu de Dios,
la conciencia se vivifica y el pecador discierne algo de la profundidad
y santidad de la sagrada ley de Dios, fundamento de su gobierno
en los cielos y en la tierra. “La Luz verdadera, que alumbra a todo
hombre que viene a este mundo,
ilumina las cámaras secretas
del alma, y quedan reveladas las cosas ocultas. La convicción se
posesiona de la mente y del corazón. El pecador reconoce entonces
la justicia de Jehová, y siente terror de aparecer en su iniquidad e
impureza delante del que escudriña los corazones. Ve el amor de
Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansía ser
purificado y restituido a la comunión del cielo.
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La oración de David después de su caída ilustra la naturaleza
del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento fué sincero
y profundo. No se esforzó él por atenuar su culpa y su oración no
fué inspirada por el deseo de escapar al juicio que le amenazaba.
David veía la enormidad de su transgresión y la contaminación de su
alma; aborrecía su pecado. No sólo pidió perdón, sino también que
su corazón fuese purificado. Anhelaba el gozo de la santidad y ser
restituido a la armonía y comunión con Dios. Este era el lenguaje de
su alma:
“¡Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada,
y cubierto su pecado!
¡Bienaventurado el hombre a quien Jehová no atribuye la iniqui-
dad,
y en cuyo espíritu no hay engaño!
“¡Apiádate de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
conforme a la muchedumbre de tus piedades borra mis trans-
gresiones! ...
Porque yo reconozco mis transgresiones,
y mi pecado está siempre delante de mí. ...
¡Purifícame con hisopo, y seré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve! ...
¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva un espíritu recto dentro de mí!
¡No me eches de tu presencia,