Página 23 - El Camino a Cristo (1993)

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Un poder misterioso que convence
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y no me quites tu santo Espíritu!
¡Restitúyeme el gozo de tu salvación,
y el Espíritu de gracia me sustente! ...
¡Líbrame del delito de sangre, oh Dios,
el Dios de mi salvación!
¡cante mi lengua tu justicia!
Sentir un arrepentimiento como éste es algo que supera nuestro
propio poder; se lo obtiene únicamente de Cristo, quien ascendió a
lo alto y dió dones a los hombres.
Precisamente en este punto es donde muchos yerran, y por ello no
reciben la ayuda que Cristo quiere darles. Piensan que no pueden ir a
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Cristo a menos que se arrepientan primero, y que el arrepentimiento
los prepara para que sus pecados les sean perdonados. Es verdad
que el arrepentimiento precede al perdón de los pecados; porque
es únicamente el corazón quebrantado y contrito el que siente la
necesidad de un Salvador; pero para poder ir al Señor Jesús, ¿debe
el pecador esperar hasta que se haya arrepentido? ¿Debe hacerse del
arrepentimiento un obstáculo entre el pecador y el Salvador?
La Sagrada Escritura no enseña que el pecador deba arrepentirse
antes de poder aceptar la invitación de Cristo: “¡Venid a mí todos los
que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!
La virtud
proveniente de Cristo es la que nos induce a un arrepentimiento
genuino. El apóstol Pedro presentó el asunto de una manera muy
clara cuando dijo a los israelitas: “A éste, Dios le ensalzó con su
diestra para ser Príncipe y Salvador, a fin de dar arrepentimiento a
Israel, y remisión de pecados.
Tan imposible es arrepentirse si el
Espíritu de Cristo no despierta la conciencia como lo es obtener el
perdón sin Cristo.
El es la fuente de todo buen impulso. Es el único que puede
implantar en el corazón enemistad contra el pecado. Todo deseo de
verdad y pureza, toda convicción de nuestra propia pecaminosidad
evidencian que su Espíritu está obrando en nuestro corazón.
Jesús dijo: “Yo, si fuere levantado en alto de sobre la tierra, a
todos los atraeré a mí mismo.
Cristo debe ser revelado al pecador
como el Salvador que murió por los pecados del mundo; y mientras
contemplamos al Cordero de Dios sobre la cruz del Calvario, el
misterio de la redención comienza a revelarse a nuestra mente y
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